miércoles, 15 de diciembre de 2010

Presentación del PEI-C, Educación de Adultos/as, Colegio CEDEPRO, sección Altos de la Torre

Presentación en Power Point, del Proyecto Educativo Comunitario en Contexto - PEI-C - Educación Para Adultos/as, Colegio CEDEPRO, sección Altos de la Torre.

Para ver la presentación haz CLIC en el siguiente enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=DnNfUSDeNHU


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Video Grados Educación de Adultos/as, Colegio CEDEPRO, sección Manzanillo

Video: Grados de la 6ª promoción de Bachilleres, 2010, del Programa de Educación Para Jóvenes, Adultas y Adultos, del Colegio CEDEPRO, sección Manzanillo. Editado por Mauricio Mejia (docente de  Formación Política)

Para ver el video haz CLIC en el siguiente enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=xwlgnwmSoqw

Video Grados Educación de Adultos/as Altos de la Torre 2010

Video: Grados de la 3ª promoción de Bachilleres 2010, del Programa de Educación Para Jóvenes, Adultas y Adultos, del Colegio CEDEPRO, sección Altos de la Torre, comuna 8. Editado por Carlos Alberto Gallego (Coordinador del Programa Educativo)

Este grupo de egresados iniciaron desde la Basica Primaria (CLEI 2) hasta el CLEI 6 (11º) entre el 2006 al 2010


Para ver el video haz CLIC en el siguiente enlace:


martes, 7 de diciembre de 2010

Discurso de William Ospina en el reciente Congreso de educación realizado en Argentina.

Discurso de apertura de William Ospina en el reciente Congreso de Educación realizado en Argentina. Más que un discurso, es una genial reflexión acerca del porvenir que nos espera en el mundo actual.

Preguntas para una nueva educación William Ospina Cada cierto tiempo circula por las redacciones de los diarios una noticia según la cual muchos jóvenes ingleses no creen que Winston Churchill haya existido, y muchos jóvenes norteamericanos piensan que Beethoven es simplemente el nombre de un perro o Miguel Angel el de un virus informático.
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Hace poco tuve una larga conversación con un joven de veinte años que no sabía que los humanos habían llegado a la luna, y creyó que yo lo estaba engañando con esa noticia. Estos hechos llaman la atención por sí mismos, pero sobre todo por la circunstancia de que pensamos que nunca en la historia hubo una humanidad mejor informada.
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En nuestro tiempo recibimos día y noche altas y sofisticadas dosis de información y de conocimiento: ver la televisión es asistir a una suerte de aula luminosa donde se nos trasmiten sin cesar toda suerte de datos sobre historia y geografía, ciencias naturales y tradiciones culturales; continuamente se nos enseña, se nos adiestra y se nos divierte; nunca fue, se dice, tan entretenido aprender, tan detallada la información, tan cuidadosa la explicación. Pero ¿será que ocurre con la sociedad de la información lo que decía Estanislao Zuleta de la sociedad industrial, que la caracteriza la mayor racionalidad en el detalle y la mayor irracionalidad en el conjunto?
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Podemos saberlo todo de cómo se construyó la presa de las tres gargantas en China, de cómo se hace el acero que sostiene los rascacielos de Chicago, de cómo fue el proceso de la Revolución Industrial, de cómo fue el combate de Rommel y Patton por las dunas de África. ¿Por qué a veces sentimos también que no ha habido una época tan frívola y tan ignorante como ésta, que nunca han estado las muchedumbres tan pasivamente sujetas a las manipulaciones de la información, que pocas veces hemos sabido menos del mundo? Nada es más omnipresente que la información, pero hay que decir que los medios tejen cotidianamente sobre el mundo algo que tendríamos que llamar “la telaraña de lo infausto”.
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El periodismo está hecho sobre todo para contarnos lo malo que ocurre, de manera que si un hombre sale de su casa, recorre la ciudad, cumple todos sus deberes, y vuelve apaciblemente a los suyos al atardecer, eso no producirá ninguna noticia. El cubrimiento periodístico suele tender, sobre el planeta, la red fosforescente de las desdichas, y lo que menos se cuenta es lo que sale bien. Nada tendrá tanta publicidad como el crimen, tanta difusión como lo accidental, nada será más imperceptible que lo normal.
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En otros tiempos, la humanidad no contaba con el millón de ojos de mosca de los medios zumbando desvelados sobre las cosas, y es posible que ninguna época de la historia haya vivido tan asfixiada como esta por la acumulación de evidencias atroces sobre la condición humana.
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Ahora todo quiere ser espectáculo, la arquitectura quiere ser espectáculo, la caridad quiere ser espectáculo, la intimidad quiere ser espectáculo, y una parte inquietante de ese espectáculo es la caravana de las desgracias planetarias. Nuestro tiempo es paradójico y apasionante, y de él podemos decir lo que Oscar Wilde decía de ciertos doctores: “lo saben todo pero es lo único que saben”. El periodismo no nos ha vuelto informados sino noveleros; la propia dinámica de su labor ha hecho que las cosas sólo nos interesen por su novedad: si no ocurrieron ayer sino anteayer ya no tienen la misma importancia.
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Por otra parte, la humanidad cuenta con un océano de memoria acumulada; al alcance de los dedos y de los ojos hay en los últimos tiempos un depósito universal de conocimiento, y parecería que casi cualquier dato es accesible; sin embargo tal vez nunca había sido tan voluble nuestra información, tan frágil nuestro conocimiento, tan dudosa nuestra sabiduría. Ello demuestra que no basta la información: se requiere un sistema de valores y un orden de criterios para que ese ilustre depósito de memoria universal sea algo más que una sentina de desperdicios. Es verdad que solemos descargar el peso de la educación en el llamado sistema escolar, olvidando el peso que en la educación tienen la familia, los medios de comunicación y los dirigentes sociales. Hoy, cuando todo lo miden sofisticados sondeos de opinión, deberíamos averiguar cuánto influyen para bien y para mal la constancia de los medios y la conducta de los líderes en el comportamiento de los ciudadanos.
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Cuenta Gibbon en la “Declinación y caída del Imperio Romano” que, cuando en Roma existía el poder absoluto, en tiempos de los emperadores, dado que en cada ser humano prima siempre un carácter, con cada emperador subía al trono una pasión que por lo general era un vicio: con Tiberio subió la perfidia, con Calígula subió la crueldad, con Claudio subió la pusilanimidad, con Nerón subió el narcismo criminal, con Galba la avaricia, con Otón la vanidad, y así se sucedían en el trono de Roma los vicios, hasta que llegó Vitelio y con él se extendió sobre Roma la enfermedad de la gula. Pero curiosamente un día llegó al trono Nerva, y con él se impuso la moderación, lo sucedió Trajano y con él ascendió la justicia, lo sucedió Adriano y con él reinó la tolerancia, llegó Antonino Pío y con él la bondad, y finalmente con Marco Aurelio gobernó la sabiduría, de modo que así como se habían sucedido los vicios, durante un siglo se sucedieron las virtudes en el trono de Roma. Tal era en aquellos tiempos, al parecer, el poder del ejemplo, el peso pedagógico de la política sobre la sociedad.
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En nuestro tiempo el poder del ejemplo lo tienen los medios de comunicación: son ellos los que crean y destruyen modelos de conducta. Pero lo que rige su interés no es necesariamente la admiración por la virtud ni el respeto por el conocimiento. No son la cordialidad de Whitman, la universalidad de Leonardo, la perplejidad de Borges, la elegante claridad de pensamiento de Oscar Wilde, la pasión de crear de Picasso o de Basquiat, o el respeto de Pierre Michon por la compleja humanidad de la gente sencilla, lo que gobierna nuestra época sino el deslumbramiento ante la astucia, la fascinación ante la extravagancia, el sometimiento ante los modelos de la fama o la opulencia. Podemos admirar la elocuencia y ciertas formas de la belleza, pero admiramos más la fuerza que la lucidez, más los ejemplos de ostentación que los ejemplos de austeridad, más los golpes bruscos de la suerte que los frutos de la paciencia o de la disciplina.
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Quiero recordar ahora unos versos de T. S. Eliot: “¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir? ¿Dónde la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? Veinte siglos de historia humana nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo”. Es verdad que vivimos en una época que aceleradamente cambia costumbres por modas, conocimiento por información, y saberes por rumores, a tal punto que las cosas ya no existen para ser sabidas sino para ser consumidas. Hasta la información se ha convertido en un dato que se tiene y se abandona, que se consume y se deja. No sólo hay una estrategia de la provisión sino una estrategia del desgaste, pues ya se sabe que no sólo hay que usar el vaso, hay que destruirlo inmediatamente. La publicidad tiene previsto que veremos los anuncios comerciales pero también que los olvidaremos: por eso las pautas son tan abundantes. Por la lógica misma de los medios modernos, bastaría que un gran producto dejara de anunciarse, aunque tenga una tradición de medio siglo, y las ventas bajarían considerablemente.
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“Todo sucede y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos”, dice un poema de Jorge Luis Borges que habla de los espejos. Podemos decir lo mismo de las pantallas que llenan el mundo. Y corresponderá tal vez a la psicología o a la neurología descubrir si los medios audiovisuales sí tienen esa capacidad pedagógica que se les atribuye, o si pasa con ellos lo mismo que con los sueños del amanecer, que después de habernos cautivado intensamente, se borran de la memoria con una facilidad asombrosa. Pero el propósito principal de la programación de televisión, por mucho contenido pedagógico que tenga, no es pedagógico sino comercial, y lo mismo ocurre ahora con la industria editorial: así los bienes que comercialicen sean bienes culturales, su lógica es la lógica del consumo, y por ello les interesan por igual los malos libros que los buenos, no siempre hay un criterio educativo en su trabajo. Un pésimo libro que se venda bien, a lo sumo puede ser justificado como un momento que ayudará a atenuar las pérdidas de los buenos libros que se venden mal.
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La inevitable conclusión es que las cosas demasiado gobernadas por el lucro no pueden educarnos, porque están dispuestas a ofrecernos incluso cosas que atenten contra nuestra inteligencia si el negocio se salva con ellas, del mismo modo que las industrias de alimentos y de golosinas están dispuestas a ofrecernos cosas ligeramente malsanas si el negocio lo justifica. Tendría que haber alguna instancia que nos ayude a escoger con criterio y con responsabilidad, y es entonces cuando nos volvemos hacia el sistema escolar con la esperanza de que sea allí donde actúan las fuerzas que nos ayudarán a resistir esta mala fiebre de información irresponsable, de conocimiento indigesto, de alimentos onerosos, de pasatiempos dañinos.
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A lo largo de la vida entera aprendemos, y si bien los años que vamos a la escuela son decisivos, al llegar a ella ya han ocurrido algunas cosas que serán definitivas en nuestra formación, y después de salir, toda la vida tendremos que seguir formándonos. Yo a veces hasta he llegado a pensar que no vamos a la escuela tanto a recibir conocimientos cuanto a aprender a compartir la vida con otros, a conseguir buenos amigos y buenos hábitos sociales. Suena un poco escandaloso pensar que vamos a la escuela a conseguir amigos antes que a conseguir conocimientos, y no puede decirse tan categóricamente, pero hay una anécdota que siempre me pareció valiosa. El poeta romántico Percy Bysshe Shelley, que perdió la vida por empeñarse en navegar en medio de una tormenta en la bahía de Spezia, fue siempre un hombre rebelde y solitario. Se dice que después de su muerte su mujer, Mary Wollstonecraft, llevó a los hijos de ambos a un colegio en Inglaterra, y al llegar preguntó cuáles eran los criterios de la educación en esa institución: “Aquí enseñamos a los niños a creer en sí mismos”, le dijeron. “Oh, dijo ella, eso fue lo que hizo siempre su pobre padre. Yo preferiría que los enseñaran a convivir con los demás”.
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A veces me pregunto si la educación que trasmite nuestro sistema educativo no es a veces demasiado competitiva, hecha para reforzar la idea de individuo que forjó y ha fortalecido la modernidad. Todo nuestro modelo de civilización reposa sobre la idea de que el hombre es la medida de todas las cosas, de que somos la especie superior de la naturaleza y que nuestro triunfo consistió precisamente en la exaltación del individuo como objetivo último de la civilización.
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En estos días me llamó la atención ver que las pruebas universitarias tienden a fortalecer sus instrumentos para detectar cuándo los alumnos que están presentando sus exámenes cometen el pecado de aliarse con otros para responder, y copian las respuestas. Pero tantas veces en la vida necesitamos de los otros, que pensé que también debería concederse algún valor a la capacidad de aliarse con los demás. ¿Por qué tiene que ser necesariamente un error o una transgresión que el que no sabe una respuesta busque alguien que la sepa? Conozco bien la respuesta que nos daría el profesor: en ciertos casos específicos estamos evaluando lo que el alumno ha aprendido, no lo que ha aprendido su vecino, y no podemos estimular la pereza ni la utilización oportunista del saber del otro. Todo eso está muy bien, pero no sé si se desaprovecha para fines educativos la capacidad de ser amigos, de ser compañeros e incluso de ser cómplices. Y dado que todo lo que se memoriza finalmente se olvida, más vale enseñar procedimientos y maneras de razonar que respuestas que puedan ser copiadas.
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Todo eso nos lleva a la pregunta de lo que es verdaderamente saber. A veces es algo que tiene que ver con la memoria, a veces, con la destreza, a veces, con la recursividad. Si los estudiantes tienen que dar, todos, la misma respuesta, es fácil que haya quienes copien la del vecino. Pero ello sólo es posible en el marco de modelos que uniformizan el saber como un producto igual para todos, y eso sólo vale para lo que llamaríamos las ciencias cuantitativas. Uno y uno deben ser dos, y la suma de los ángulos interiores de un triángulo debe ser igual a dos rectos en cualquier lugar de la galaxia. Pero también es posible contrariar imaginativamente esas verdades, y el arte de la pedagogía debe ser capaz de hacerlo sin negarlas. La tesis elemental de que uno es igual a uno sólo funciona en lo abstracto. Sólo en abstracto una mesa es igual a otra mesa, una vaca igual a otra vaca, un hombre igual a otro hombre. No hay el mismo grado de verdad cuando pasamos de lo general a lo particular: un árbol es igual a otro árbol en abstracto, pero un pino no es igual a una ceiba, una flor de jacarandá no es igual a una flor de madreselva, y si pretendemos que un perro es igual a otro perro, nos veremos en dificultades para demostrar que un gran danés es igual a un chihuahua.
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Y en cuanto a los humanos, la cosa se complica tanto que las verdades de la estadística no pueden eclipsar las verdades de la psicología o de la estética. Un hombre debe ser igual a otro hombre en las oportunidades y en los derechos, pero también es importante que sea distinto. Un hombre y un hombre posiblemente sean dos hombres, pero recuerdo ahora una frase de Chesterton, llena de conocimiento del mundo y de poder simbólico. “Dicen que uno y uno son dos, decía Chesterton, pero el que ha conocido el amor y el que ha conocido la amistad sabe que uno y uno no son dos, sabe que uno y uno son mil veces uno”. Cuando tenemos dos seres humanos juntos tenemos la posibilidad de que se enfrenten y se neutralicen, tenemos la posibilidad de que se alíen, tenemos la posibilidad de que cada uno de ellos transforme al otro, tenemos incluso la posibilidad de que se multipliquen. Para este fin no nos sirven las simples verdades de la aritmética ni las comunes verdades de la estadística.
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A veces la educación no está hecha para que colaboremos con los otros sino para que siempre compitamos con ellos, y nadie ignora que hay en el modelo educativo una suerte de lógica del derby, a la que sólo le interesa quién llegó primero, quién lo hizo mejor, y casi nos obliga a sentir orgullo de haber dejado atrás a los demás. Cuando yo iba al colegio, se nos formaba en el propósito de ser los mejores del curso. Yo casi nunca lo conseguí, y tal vez hoy me sentiría avergonzado de haber hecho sentir mal a mis compañeros, ya que por cada alumno que es el primero varias decenas quedan relegados a cierta condición de inferioridad. ¿Sí será la lógica deportiva del primer lugar la más conveniente en términos sociales? Lo pregunto sobre todo porque no toda formación tiene que buscar individuos superiores, hay por lo menos un costado de la educación cuyo énfasis debería ser la convivencia y la solidaridad antes que la rivalidad y la competencia.
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Pero esto nos lleva a lo que he empezado a considerar más importante. Yo no dudo que todos aspiramos, si no a ser los mejores, por lo menos a ser excelentes en nuestros respectivos oficios. A eso se lo llama en la jerga moderna ser competentes, con lo cual ya se introduce el criterio de rivalidad como el más importante en el proceso de formación. La lógica darwiniana se ha apoderado del mundo. Se supone que así como ese diminuto espermatozoide que fuimos se abrió camino entre un millón para ser el único que lograra fecundar aquel óvulo, debemos avanzar por la vida siendo siempre el privilegiado ganador de todas las carreras. Y en este momento advierto que hasta la palabra carrera, para aludir a las disciplinas escolares, parece postular esa competencia incesante.
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No digo que esté mal: a lo mejor los seres humanos sólo avanzamos a través de la rivalidad. Pero estoy seguro, viendo sobre todo la pésima pedagogía de las sociedades excluyentes, que la fórmula de que uno triunfe al precio de que los demás fracasen, puede ser muy reconfortante para los triunfadores pero suele ser muy deprimente para todos los demás. No estoy muy seguro de que no sea un semillero de resentimientos. ¿No estaremos excesivamente contagiados de esa lógica norteamericana que considera que los seres humanos nos dividimos sólo en ganadores y perdedores? Hasta en el arte, reino por excelencia de lo cualitativo sobre lo cuantitativo, suele aceptarse ahora esa superstición del primer lugar, del número uno, del triunfador, y nada lo estimula tanto como los concursos y los premios. Recuerdo, ya que estamos en Buenos Aires, una anécdota de Jorge Luis Borges. Alguna vez le preguntaron cuál era el mejor poeta de Francia: Verlaine, contestó. Pero, ¿y Baudelaire? le dijeron. Ah sí, Baudelaire también es el mejor poeta de Francia. ¿Y Victor Hugo?, también es el mejor. Y Ronsard, añadió, por supuesto que Ronsard es el mejor poeta de Francia. ¿Por qué sólo uno tiene que ser el mejor? Por otra parte, hay una separación demasiado marcada entre los medios y los fines, entre el aprendizaje y la práctica, entre los procesos y los resultados. Pero aprender debería ser algo en sí mismo, no apenas un camino para llegar a otra cosa. Diez años de estudio no se pueden justificar por un cartón de grado: deberían valer por sí mismos, darnos no sólo el orgullo de ser mejores sino la felicidad de una época de nuestra vida. Así como a medida que dejemos de vivir para el cielo aprenderemos a hacer nuestra morada en la tierra, a medida que dejemos de estudiar para el grado aprenderemos que la rama del conocimiento y el oficio que escojamos deben ser nuestro goce en la tierra.
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Y ello tal vez nos ayude a avanzar en la interrogación de las claves del aprendizaje. ¿Quién dice que el aprender es algo cuantitativo, que consiste en la cantidad de información que recibamos? ¿Quién nos dice que el conocimiento es necesariamente algo que se adquiere, que se recibe? ¿Qué pasaría si el aprender fuera perder y no ganar? Tal parece que así es realmente, si pensamos en las enseñanzas de Platón, para quien aprender de verdad no es tanto recibir una carga de saber nuevo sino renunciar o poner en duda un saber previo posiblemente falso. Platón decía que la ignorancia no es un vacío sino una llenura. El que no sabe es el que más cree saber. Cuando en un momento de nuestro aprendizaje alguien nos pregunta, por ejemplo, por qué las cosas caen hacia el suelo, es frecuente que respondamos, porque es lógico, porque tiene que ser así. Alguien socráticamente nos demostrará que no es lógico, que no tiene que ser así, y nos mostrará que hay cosas que no caen, como las nubes, o los globos, o la luna, y que por lo tanto el caer no es una necesidad sino algo que obedece a una ley que merece ser interrogada. Nos demostrarán que lo que parecía ser evidente no era más que nuestra falta de interrogación, y que muchas certezas que tenemos podrían derrumbarse. Todo está comprendido en otro famoso aforismo de Wilde: “No soy lo suficientemente joven para saberlo todo”.
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No somos cántaros vacíos que hay que llenar de saber, somos más bien cántaros llenos que habría que vaciar un poco, para que vayamos reemplazando tantas vanas certezas por algunas preguntas provechosas. Y tal vez lo mejor que podría hacer la educación formal por nosotros es ayudarnos a desconfiar de lo que sabemos, darnos instrumentos para avanzar en la sustitución de conocimientos. Pero ¿estará dispuesto un joven a pagar por un modelo educativo que en vez de convencerlo de que sabe lo convenza de que no sabe? Posiblemente no, pero entonces llegamos a uno de los secretos del asunto. Claro que la escuela puede darnos conocimientos y destrezas, pero a ello no lo llamaremos en sentido estricto educación sino adiestramiento. Y claro que es necesario que nos adiestren. Pero mientras la educación siga siendo sólo búsqueda del saber personal o de la destreza personal, todavía no habremos encontrado el secreto de la armonía social, porque para ello no necesitamos técnicos ni operarios sino ciudadanos.
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¿Dónde se nos forma como ciudadanos? Y ¿dónde se nos forma como seres satisfechos del oficio que realizan? El tema de la felicidad no suele considerarse demasiado en la definición de la educación, y sin embargo yo creo que es prioritario. Creo que necesitamos profesionales si no felices por lo menos altamente satisfechos de la profesión que han escogido, del oficio que cumplen, y para ello es necesario que la educación no nos dé solamente un recurso para el trabajo, una fuente de ingresos, sino un ejercicio que permita la valoración de nosotros mismos. Pienso en la felicidad que suele dar a quienes las practican las artes de los músicos, de los actores, de los pintores, de los escritores, de los inventores, de los jardineros, de los decoradores, de los cocineros, y de incontables apasionados maestros, y lo comparo con la tristeza que suele acompañar a cierto tipo de trabajos en los que ningún operario siente que se esté engrandeciendo humanamente al realizarlo. Nuestra época, que convierte a los obreros en apéndices de los grandes mecanismos, en seres cuya individualidad no cuenta a la hora de ejercitar sus destrezas, es especialmente cruel con millones de seres humanos.
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No se trata de escoger profesiones rentables sino de volver rentable cualquier profesión precisamente por el hecho de que se la ejerce con pasión, con imaginación, con placer y con recursividad. Podemos aspirar a que no haya oficios que nos hundan en la pesadumbre física y en la neurosis.
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La creencia de que el conocimiento no es algo que se crea sino que se recibe, hace que olvidemos interrogar el mundo a partir de lo que somos, y fundar nuestras expectativas en nuestras propias necesidades. Algunos maestros lograron, por ejemplo, la proeza de hacerme pensar que no me interesaba la física, sólo porque me trasmitieron la idea de la física como un conjunto de fórmulas abstractas y problemas herméticos que no tenía nada que ver con mi propia vida. Ninguno de ellos logró establecer conmigo una suficiente relación de cordialidad para ayudarme a entender que centenares de preguntas que yo me hacía desde niño sobre la vista, sobre el esfuerzo, sobre el movimiento y sobre la magia del espacio tenían en la física su espacio y su tiempo.
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Es más, nadie supo ayudarme a ver que buena parte de las angustias, los miedos y las obsesiones que gobernaron el final de mi adolescencia eran lujosas puertas de entrada a algunos de los temas más importantes de la psicología, de la filosofía y de la metafísica. Si uno sale del colegio para entrar en la ciudad, en el campo o en la noche estrellada, eso equivale a decir que uno a menudo sale de las aulas para entrar en la sociología, en la botánica o en la astronomía.
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Solemos separar en realidades distintas la habitación, el estudio, el trabajo y la recreación, de modo que la casa, la escuela, el taller y el area de juegos son lugares donde cumplimos actividades distintas. Para Samuel Johnson la casa era la escuela, para William Blake y para Picasso una casa era un taller o no era nada, para Oscar Wilde no podía haber un abismo entre la creación y la recreación. A diferencia del Renacimiento, donde había verdaderos pontífices, es decir, hacedores de puentes entre disciplinas distintas, hoy nos gusta separar todo, llegamos a creer que es posible estudiar por separado la geografía y la historia, creemos que no hay ninguna relación entre la geometría y la política. Sin embargo en nuestras sociedades está claro que estar en el centro o en la periferia es ciertamente un asunto político. ¿Por qué asumir pasivamente los esquemas? ¿Por qué las enfermeras no pueden ser médicos? ¿Por qué aceptar un tipo de parámetro profesional que convierte un oficio en una limitación insuperable? Nada debería ser definitivo, todo debería estar en discusión.
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Solemos ver, por ejemplo, la educación como el gran remedio para los problemas del mundo; solemos ver el aprendizaje como la más grande de las virtudes humanas. Y lo es. Pero precisamente por ello hay que decir que ese aprendizaje es también una grave responsabilidad de la especie. Para aproximarnos un poco a este tema hay que pensar en el resto de las criaturas. Se diría que el saber instintivo de las especies es una suerte de seguro natural contra los accidentes y los imprevistos. Nada nos permite tanto confiar en una abeja, como la certeza de que siempre sabrá hacer miel y nunca se le ocurrirá destilar otra cosa. Si un día las abejas optaran por producir vinagre o ácido sulfúrico, el caos se apoderaría del mundo. Un perro o un oso pueden ser adiestrados para que repitan ciertas conductas, pero el ser humano es el único capaz de aprender y sobre todo el único capaz de inventar cosas distintas. La conclusión necesaria de esta reflexión es que los seres humanos aprendemos, y porque aprendemos somos peligrosos.
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No somos una inocente abeja destilando para siempre su cera y su miel, sino criaturas admirables y terribles capaces de inventar hachas y espadas, libros y palacios, sinfonías y bombas atómicas. Nuestras virtudes son también nuestras amenazas; el privilegio de pensar, el privilegio de inventar y el privilegio de aprender comportan también aterradoras responsabilidades, y un filósofo se atrevió ya a decirle a la humanidad algo que no esperaba oír: “perecerás por tus virtudes”.
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Cada vez que nos preguntamos qué educación queremos, lo que nos estamos preguntando es qué tipo de mundo queremos fortalecer y perpetuar. Llamamos educación a la manera como trasmitimos a las siguientes generaciones el modelo de vida que hemos asumido. Pero si bien la educación se puede entender como trasmisión de conocimientos, también podríamos entenderla como búsqueda y transformación del mundo en que vivimos.
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A veces, mirando la trama del presente, la pobreza en que persiste media humanidad, la violencia que amenaza a la otra media, la corrupción, la degradación del medio ambiente, tenemos la tendencia a pensar que la educación ha fracasado. Cada cierto tiempo la humanidad tiende a poner en duda su sistema educativo, y se dice que si las cosas salen mal es porque la educación no está funcionando. Pero más angustioso resultaría admitir la posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está funcionando. Tenemos un mundo ambicioso, competitivo, amante de los lujos, derrochador, donde la industria mira la naturaleza como una mera bodega de recursos, donde el comercio mira al ser humano como un mero consumidor, donde la ciencia a veces olvida que tiene deberes morales, donde a todo se presta una atención presurosa y superficial, y lo que hay que preguntarse es si la educación está criticando o está fortaleciendo ese modelo.
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¿Cómo superar una época en que la educación corre el riesgo de ser sólo un negocio, donde la excelencia de la educación está concebida para perpetuar la desigualdad, donde la formación tiene un fin puramente laboral y además no lo cumple, donde los que estudian no necesariamente terminan siendo los más capaces de sobrevivir? ¿Cómo convertir la educación en un camino hacia la plenitud de los individuos y de las comunidades?
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Para ello también hay que hablar del modelo de desarrollo, que suele ser el que define el modelo educativo. Durante mucho tiempo los modelos de Occidente han sido la productividad, la rentabilidad y la transformación del mundo. Pero hay un tipo de productividad que ni siquiera nos da empleo, un tipo de rentabilidad que ni siquiera elimina la miseria, una transformación del mundo que nos hace vivir en la sordidez, más lejos de la naturaleza que en los infiernos de la Edad Media. ¿Y qué pasaría si de pronto se nos demostrara que el modelo de desarrollo tiene que empezar a ser el equilibrio y la conservación del mundo? ¿Qué pasaría si el saber cuantitativo que transforma es reemplazado por el saber previsivo que equilibra, si el poder transformador de la ciencia y la tecnología se convierte en un saber que ayude a conservar, que no piense sólo en la rentabilidad inmediata y en la transformación irrestricta sino en la duración del mundo?
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Con ello lo que quiero decir es que nosotros podemos dictar las pautas de nuestro presente, pero son las generaciones que vienen las que se encargarán del futuro, y tienen todo el derecho de dudar de la excelencia del modelo que hemos creado o perpetuado, y pueden tomar otro tipo de decisiones con respecto al mundo que quieren legarles a sus hijos. A lo mejor los grandes paradigmas al cabo de cincuenta años no serán como para nosotros el consumo, la opulencia, la novedad, la moda, el derroche, sino la creación, el afecto, la conservación, las tradiciones, la austeridad. Y a lo mejor ello no corresponderá ni siquiera a un modelo filosófico o ético sino a unas limitaciones materiales. A lo mejor lo que volverá vegetarianos a los seres humanos no serán la religión o la filosofía sino la física escasez de proteína animal. A lo mejor lo que los volverá austeros no será la moral sino la estrechez. A lo mejor lo que los volverá prudentes en su relación con la tecnología no será la previsión sino la evidencia de que también hay en ella un poder destructor. A lo mejor lo que hará que aprendan a mirar con reverencia los tesoros naturales no será la reflexión sino el miedo, la inminencia del desastre, o lo que es aún más grave, el recuerdo del desastre.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Evaluación por Competencias

Evaluación por Competencias

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PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA DE DESPLAZAMIENTO

DESPLAZAMIENTO FORZADO Y CONFORMACIÓN DE
LOS ASENTAMIENTOS EN LA CIUDAD
Planteamiento del problema de desplazamiento.[1]
El desplazamiento es un dato recurrente y cuasipermanente de la historia colombiana; hace parte de la memoria de las familias y de las poblaciones; está inscrito en los recuerdos de los habitantes urbanos, precedió la fundación de barrios en las grandes ciudades y de poblaciones grandes y pequeñas a lo largo y ancho de las fronteras internas. Podría decirse que se ha constituido en un eje vertebrador de la conformación territorial en el país y como dice Daniel Pecaut ha devenido en "una representación instalada en la larga duración" donde la violencia sería el marco constitutivo de esa representación colectiva[2].


La situación de éste asentamiento es un ejemplo claro del la historia reciente en nuestro país, producto de procesos de desarraigo, exclusión y olvido (y de hacernos los “ciegos” frente a la realidad histórica y permanente de ésta sociedad, comulgando con las políticas criminales de un Estado represivo y fascista interesado en mantener ésta situación) institucional en que se encuentran los habitantes de bastos sectores de la ciudad.

El desplazamiento forzado interno que vive el país ha hecho que millones de Colombianas y colombianos hayan abandonado los vínculos materiales y afectivos que los ataban con su original entorno. La experiencia del desplazamiento deja una inmensa huella en quien la padece en tanto desaparecen los referentes afectivos y del entorno que los constituyen.

§ La condición de desplazado se ve reflejada en la perdida de inserción social, de la memoria, de la historia, de la confianza y de la identidad de ser una persona de una comunidad.

§ El desplazamiento es el producto, básicamente, del conflicto armado interno, que a su vez se ha producido, entre otros factores, por la ausencia de políticas económicas y sociales que cubran los derechos económicos, sociales y culturales, necesarios para satisfacer las necesidades básicas de la población.

Ese vertiginoso crecimiento urbano se ha convertido en un desafío para el estado, obligado a responder por la provisión de los servicios para la población. Sus políticas y acciones no han sido siempre felices, en tanto pocas veces se ha asumido el fenómeno en su integralidad, y se actúa, por el contrario, atendiendo problemas puntuales o adelantando proyectos sectoriales. Se privilegiaron, por ejemplo, entre los años 50 y 80, programas de vivienda, que no siempre ofrecían soluciones afortunadas, como sucedió con el desaparecido Instituto de Crédito Territorial que empezó construyendo viviendas completas, con áreas adecuadas y suficientes para una familia de 6 u 8 miembros.[3]

Los significativos procesos migratorios derivados de la expulsión violenta del campo (año 48 a 65) por la lucha fratricida entre militantes de los partidos liberal y conservador, condujeron a los estudiosos de entonces a analizar el fenómeno del desplazamiento urbano con la óptica muy reducida a los problemas de las barriadas marginales, a los cinturones de miseria, a las viviendas de material desechable o tugurios. Y también los programas de bienestar social del estado se focalizaron hacia esos pobladores. En buena medida se dejó de lado por unos y otros, además de los inversionistas de la construcción, el resto de la vida urbana: los espacios públicos, los equipamientos para actividades colectivas, las ciudades como sistemas integrales.

El cambio de mirada sobre la ciudad colombiana empieza a sentirse en la década de los años 80. Los nuevos problemas derivados de la carencia de empleo formal, falta de vivienda adecuada, servicios públicos incompletos y de mala calidad, ofertas insuficientes e ineficientes en salud y educación, escasas dotaciones deportivas, recreativas y culturales, afectación del ambiente urbano, y además el surgimiento del narcotráfico y la delincuencia de gran impacto, el desplazamiento, se convierten en detonantes de lo que pudiera llamarse la crisis de la ciudad colombiana.

La movilización social urbana toma cuerpo en muchas partes. Las organizaciones no gubernamentales y de base popular adquieren gran peso como fuerzas de presión frente a los gobiernos local y nacional. Las demandas se cualifican, y el estado se ve cada vez menos habilitado para dar la respuesta global a los problemas, pese incluso al apoyo de fuentes de financiamiento internacional para programas y proyectos urbanos.

Los académicos salen de los claustros universitarios, en donde habían vivido en insularidad y contemplación de las crisis, y empiezan a publicar obras que van a llegar cada vez más frecuentemente a quienes tienen la decisión política en sus manos.

Sin pretender que la compleja realidad de Medellín pueda ser pensada aisladamente de los procesos históricos, en general, y de urbanización, en particular, que ha vivido el país, sí partimos del supuesto de que buena parte de sus conflictos y las formas de su resolución, tienen que ver con la manera como Medellín, específicamente, ha realizado su proceso de urbanización y, sobre todo, ha venido construyéndose como ciudad. Es posible pensar que las tensiones derivadas de sus profundas transformaciones de modernización sean la raíz de muchas y muy variadas formas de conflictos entre sus pobladores que poco a poco han venido apropiándose de la ciudad en las últimas décadas.

Se hace, entonces, evidente y necesaria la pregunta acerca de ¿cuándo Medellín empieza a ser una ciudad? ¿En qué momento dejó de ser una aldea, un pueblo grande? ¿En qué aspectos Medellín es más urbano y menos rural? ¿Qué tensiones conflictivas se derivan de la conjunción entre la construcción de lo urbano y la superación de lo rural? ¿En qué momentos y por qué el proceso de urbanización en Medellín crea condiciones para su definición como ciudad?

En este sentido, la constitución de Medellín, como hecho urbano y como ciudad, como hecho cultural y político, se inicia propiamente en la década de los años cincuenta, a partir de la cual se pueden advertir otros tres momentos claramente diferenciables.

Para 1951, Medellín duplicó su población con respecto a la de 1938: pasó de 168.266 a 358.189 habitantes, como resultado de los procesos de la migración acelerada y abrupta del campo a la ciudad, que produce una inevitable marginalidad por la imposibilidad de atender y absorber de inmediato las nuevas demandas, lo cual se traduce en ilegalidad de asentamientos, ocupación de suelos subnormales, tugurización de algunas zonas centrales, carencia de patrones de ordenamiento e inaccesibilidad a la mayoría de los bienes y servicios urbanos y públicos. El carácter rural de la cultura de los migrantes queda al margen de la cultura preexistente de los habitantes de Medellín.

Así, pues, esta primera gran oleada permite apreciar un momento de gran confusión en materia de crecimiento urbano, servicios públicos y otras demandas de la vida en ciudad como la salud y la educación masivas.

Podríamos decir que la década de los años cincuenta es el comienzo del caos urbano, del malestar citadino, el verdadero paso de la aldea tradicional al hecho urbano propiamente dicho. Esto, por cuanto es el momento real de las recomposiciones en los esquemas económicos y sociales que se habían consolidado desde los primeros años del siglo XX; aunque sin la correspondencia requerida en los espacios políticos y culturales.

Las décadas de los años cincuenta y sesenta se caracterizaron, por ejemplo, por la renovación total de las estructuras de planeación y manejo de la ciudad. La creación de las Empresas Públicas de Medellín (1955), de las Empresas Varias (1965), del Departamento Administrativo de Planeación y Servicios Técnicos (1967), la presentación (1951) y puesta en obra durante toda la veintena siguiente de las obras sugeridas por Weisner y Sert, así como el primer momento de contacto con lo urbano de una masa diversa y dispersa, física y mentalmente pensada, y el comienzo de constitución de espacios urbanos mucho más amplios, incluyendo la urbanización del aire; estos son algunos referentes espaciales, culturales y jurídico - administrativos, que indican que por primera vez se comienza a vivir en un contexto urbano.

Se constata además un sensible aumento de la economía informal, porque a pesar del real impulso del proceso de industrialización, es imposible captar el numeroso ejército de migrantes que han llegado a la ciudad, de un lado, y de otro, la bajísima capacitación para un empleo medianamente exigente que tienen la gran mayoría de ellos.

En este momento las vías de inclusión que encuentran son básicamente dos: la Iglesia Católica y los partidos políticos. En cada asentamiento y cada barrio nuevo es el Párroco con la ayuda de sus feligreses quien emprende la construcción las Iglesias que sirven además de centro de asistencia para los más pobres, de congregación para la realización de obras comunitarias y para comenzar la construcción de tejido social.

Un segundo período se presenta a partir de 1970. Si tenemos en cuenta que en 1951 Medellín tenía una población de 358.189, para 1973, ésta se multiplica por 3.2 veces, llegando a un total de 1.152.000. Nueve años antes, en 1964, ya tenía 773.877. Esto supuso y obligó a una ampliación de los límites urbanos copando las laderas de Oriente y Occidente y prolongándose al Norte y al Sur, hasta hacer contacto con Bello por el Norte, y Envigado e Itaguí por el Sur.

Se presenta, además, una profunda transformación urbana expresada principalmente en el auge de la construcción en altura, especialmente en unidades residenciales; el desplazamiento del eje de la vivienda de nivel socio - económicamente alto hacía El Poblado; la apertura de las áreas suroccidentales con la construcción de la Avenida Ochenta; el reordenamiento del Centro con la eliminación de El Pedrero y la construcción del Centro Administrativo de la Alpujarra, así como el traslado de la Estación del Ferrocarril y las terminales de buses interurbanos; y, desde el punto de vista vial, la ampliación de la Carrera Bolívar, las Calles Colombia y San Juan y la construcción de la Avenida Oriental, la del Ferrocarril, la Treinta y tres, la Avenida de las Vegas, entre otras.

De otro lado, se presenta un fuerte ascendiente modernista por el doble impacto cultural del comienzo de universalización por la influencia de los medios masivos de comunicación y la densificación del sistema escolar, así como el posicionamiento en un sistema más moderno de la educación universitaria, propiciado por el momento histórico vivido por el movimiento estudiantil. Además, aparece por primera vez en la ciudad un movimiento cultural que incluye los sectores más populares con expresiones literarias, teatrales y musicales que trataban de expresar la confrontación ideológica con las elites.

Comienza a ser importante para esta década la presencia de síntomas de delincuencia urbana expresada en un inicio de lumpenización de amplios sectores de pobladores.

En este período hay hechos que muestran cómo se perfila, de parte de las elites socio- económica y política de la ciudad, un proyecto en el que de manera calculada la marginalidad se transforma poco a poco en exclusión o forma activa de negación de las grandes mayorías.

La planeación del desarrollo de Medellín mediante la construcción de las grandes obras públicas, arriba mencionadas, por medio de la valorización, permitió la recuperación, de acuerdo con los fines de las elites, de espacios y sectores que sufrían deterioro y que eran requeridos para adelantar "obras de progreso", obligando al desplazamiento y reubicación de amplios sectores de población de barrios de amplia tradición en la historia de Medellín.

La ciudad no es pensada como un proyecto total; las obras para el desarrollo se focalizan, desconociendo a la mayor parte de dicha totalidad. La misma construcción masiva de vivienda para los sectores populares a través del ICT (Instituto de Crédito Territorial, reemplazado luego por el actual INURBE) no es pensada en función de un desarrollo integral de los sectores de menores recursos. Se construyen viviendas pero sin todos los demás requerimientos como espacios para la educación, la recreación, la salud, el empleo que, desde finales de la década de los años setenta, mostraron un gran déficit principalmente en las zonas Nororiental y Noroccidental.

Un tercer período puede ser delimitado a partir de la década de los ochenta. Para 1985, la ciudad contaba con 1.542.000 habitantes. Desde el punto de vista físico-urbano los años ochenta estarán marcados por la muerte de Guayaquil ante el desplazamiento de El Pedrero y el comienzo del funcionamiento de la Plaza Minorista "José María Villa"; por la concentración de las administraciones Nacional, Departamental y Municipal en el sector de La Alpujarra, y un conjunto de obras, edificaciones y nuevos espacios urbanos, tanto en el sector público como en el privado, que dan cuenta de un acelerado crecimiento citadino.

Pero también es la década de emergencia de la primera generación propiamente urbana con capacidad de acción y signos propios de actores citadinos, con una mediana capacidad para apropiarse del derecho de ser ciudadanos y con incidencia en los espacios de los cuales han sido excluidos en el proyecto tradicional de las elites. Es, en síntesis, especialmente en los últimos cuatro años de la década, la coexistencia en el plano de la ciudad de los actores que buscan incluirse, contra el proyecto de la exclusión tejido, de años atrás, por las clases dirigentes y los años de la expresión más dramática de las diversas violencias. Positiva o negativamente, por vías violentas o por medio de la construcción a que dan lugar las múltiples organizaciones sociales, los amplios sectores sociales excluidos, luchan por ser reconocidos e incluidos en el proyecto de Medellín como una ciudad.

Por último, algunas circunstancias, procesos, eventos y una cierta mentalidad generalizada, perfilan en la década de los años noventa, un período distinto a los anteriores, caracterizado por una suerte de consolidación de la ciudad, por un cambio dramático en el uso del suelo, proliferación de edificios de apartamentos y una cierta universalización de esquemas urbanísticos en los mismos, un recambio, demolición y construcción de muchísimas nuevas edificaciones, el copamiento completo del espacio urbano, así como la modernización en el sistema de servicios, especialmente el financiero. Y de otro lado, por un inicio de pensamiento colectivo sobre las necesidades de reconocer las diferencias que permite emprender el camino hacia la negociación y transformación de los conflictos por la vía de los consensos o pactos. Eventos propiciados desde organizaciones gubernamentales y no-gubernamentales, la presencia de una reflexión inteligente sobre los procesos citadinos y el reconocimiento de una precaria sociedad civil, hacen pensar en los inicios consolidados de una mentalidad ciudadana, que por la vía de la participación harían posible en el marco de las nuevas condiciones mundiales, latinoamericanas y colombianas, la materialización definitiva de Medellín como hecho y producto de la modernidad.

“La crisis actual de la sociedad colombiana es la expresión de una extrema tensión resultante de un proyecto de modernización económica ajeno a un proyecto de modernidad”... donde “el modelo liberal de desarrollo ha sido el contexto que ha permitido el avance de la modernización económica y la contención de la modernidad”, es decir, éste es un modelo que ha “significado la subordinación del Estado. Minimizando su función de interpretar, gestionar o regular los intereses colectivos y obstaculizando la configuración de un espacio público en el que se puedan expresar, confrontar y resolver los conflictos sociales. El Estado colombiano es un Estado privatizado, atrapado entre el liberalismo económico y el conservadurismo político”[4]

Medellín es una ciudad que hoy cuenta con más de 2.000.000 de habitantes, distribuidos en 16 comunas y 5 corregimientos. Como se ha señalado en la exposición sobre el proceso de construcción de la ciudad, es decir, su proceso de poblamiento y de configuración socio-espacial, todo se explica en razón a la dinámica de industrialización y a los efectos de los cambios en la relación campo ciudad, que se han dado en los últimos 50 años, años en los que el país ha pasado de ser rural para transformarse en un país urbano.

Esta lógica de construcción de la ciudad ha estado articulada sin duda a los procesos de incorporación y de centralización que la ciudad tiene respecto de la región y a su vez a una dinámica de expansión de lo urbano territorial en lo que se ha dado en llamar las áreas metropolitanas.

Esta localización convierte a la ciudad no solo en el centro de una importante región, con una alta diversidad en recursos y en posibilidades, sino también en un sitio de paso en las comunicaciones que se establecen entre el norte, el centro y el sur del país.

La importancia de esta breve descripción radica en que justamente por esas razones es que la ciudad se convierte en un escenario vinculante del conflicto político armado y por ende en cuidad receptora de grupos desplazados y engrosamiento de sus áreas periféricas.

En otro sentido, la ciudad ha sido escenario de un hecho que en los últimos 50 años ha vivido el país. De la violencia de los años 50 receptó importante número de familias provenientes del oriente y del suroeste antioqueño. El proceso de construcción y de urbanización estuvo marcado por este hecho, localizando estas fundamentalmente en las zonas Noroccidental y Nororiental.

El hecho migratorio ha comenzado a tomar fuerza en el país a principio de los años 90 bajo la forma del desplazamiento.

Medellín no ha sido la excepción y es por ello que en la medida que se recrudece la confrontación político militar en el campo, especialmente en el oriente antioqueño, desde el año de 1993, la presencia de creciente número de desplazados se ha ido dando.

La ciudad como territorio tiene su concreción en la distribución, uso y apropiación del espacio. Pero el territorio construye y es el lugar de asiento de un tipo específico de relaciones económicas, sociales y políticas. Es decir que el territorio tiene que ver también, en tanto ciudad, con el proceso de construcción, apropiación y empoderamiento de la ciudadanía, entendida esto como la construcción de sujetos de derechos individuales y colectivos. También puede observarse una reflexión al respecto en términos de ciudadanía asistida y ciudadanía emancipadora.
[5]

La manera como desde el punto de vista físico-espacial, la distribución se ha dado en Medellín, se enmarca dentro las lógicas de construcción del paso de la aldea rural al hecho urbano, al proceso de configuración de sectores y barrios, a la dinámica de poblamiento a partir de la migración, de la construcción de los ambientes administrativos, de recreo, de industrialización y de vivienda de acuerdo a la clase social. Y por supuesto que esa lógica distributiva, de uso y apropiación hace parte de toda la lógica como en la ciudad se ha construido la ciudadanía y se ha concretizado el concepto de comunidad

En lo primero, en Medellín esto puede observarse de manera más o menos significativa en las características de configuración barrial, por citar lo menos, el uso y ocupación de cada barrio y comuna en relación con las lógicas de inclusión y exclusión.

Es decir, el espacio es a la vez un escenario de inclusión-exclusión que más o menos va a facilitar o dificultar un cierto tipo de construcción social, comunitaria. Así por ejemplo, se puede señalar que las diferencias que se presentan en la distribución de espacio entre zonas del norte y del sur, cuya proporción para el año de 2003 (Mesa de espacio público de Medellín) era de 1 a 11, es decir, mientras un habitante de la comuna del Poblado utiliza para su uso 11 metros cuadrados uno de la zona nororiental utiliza en promedio 1. Esta desigual distribución del espacio configura una condición muy claramente descrita por una pobladora de la zona: el problema de nosotros se llama hacinamiento.

No hay duda que una situación como la descrita anteriormente, en términos de hacinamiento, tiene profundas implicaciones en la calidad de vida, no solo desde la perspectiva físico-espacial, sino de las relaciones familiares, comunitarias y de la convivencia misma. En efecto, un escenario de convivencia sobre la base de una distribución tan inequitativa del espacio, como parte de la distribución del ingreso, rompe los niveles de privacidad, contribuye a que los núcleos familiares establezcan un tipo de relaciones y hagan de lo privado un asunto público y que las relaciones intervecinales e intercomunitarias transiten por el mismo camino.

Esta perspectiva de análisis, está directamente relacionada con los procesos de poblamiento, con las crisis de migración anteriores y los procesos de desplazamiento actuales y ahí, en medio de esas dos realidades, por la manera como se ha dado la distribución de la tierra urbana, que no siempre ha sido sobre procesos de planeación y de participación ciudadana.

Así por ejemplo, los programas de solución de vivienda son pensados, especialmente en los últimos años, desde las perspectivas del mercado y de soluciones individuales, limitando con ello la integración con las dinámicas urbanas y las posibilidades de participación en el desarrollo de la ciudad.

Se podría señalar, siguiendo a Consuelo Corredor, que el proyecto de construcción de lo público en la ciudad se ha materializado alrededor de la ciudadanía asistida, negando todas las posibilidades de una ciudadanía emancipadora.

Visto entonces el problema en el marco de las relaciones establecidas entre el espacio, el territorio, su uso y apropiación, es evidente que hay una estrecha relación entre pobreza, desigualdad e inequidad y violencia. Podría decirse que el modelo de construcción de ciudad, (referenciado a partir de los años 50, soportado en la ola migratoria, en el proceso de urbanización-industrialización, en los ejes de desarrollo urbanísticos, asentados en las obras y no en las personas, en los procesos de “planeación”, sugeridos desde la “Operación Colombia” a finales de la década del 50 e institucionalizados en la ciudad a partir de los 60 con la creación de la oficina de planeación y de las empresas públicas y en las políticas de ajuste y adecuación del estado y su papel en la construcción y promoción del desarrollo), no ha logrado resolver los problemas de equidad y de empleo productivo conduciendo a importantes sectores de la sociedad a niveles de marginalidad y vulnerabilidad, esto es, a colocar a estas a una construcción más por la sobre vivencia que por el desarrollo.

En 1993 había en Medellín 70 asentamientos subnormales, 87 en 1997 y actualmente 104 ubicados en ocho sectores que albergan 12% de las viviendas de la ciudad (21.000 aproximadamente). La totalidad de estos barrios oscila entre los estratos 1 y 2, es decir, bajo-bajo y bajo, los que en su mayoría exceden los promedios de la ciudad: 4,2% y 34,5% respectivamente.
[6]

En 1997 estos barrios albergaban unas 250.000 personas (14% de la población total) con una proyección al 2003 de 300.000 personas en bajas condiciones de habitabilidad, pues todos mostraban características deficitarias con respecto a la vivienda, los equipamientos comunitarios, los servicios públicos y sociales, además de los promedios mas altos de muertes violentas, la primera causa de mortalidad en toda la ciudad (24,7%).

El poblamiento de las partes mas altas de las laderas que circundan la ciudad de Medellín tuvo lugar en olas migratorias diferentes: la afluencia masiva se produjo en las décadas de los años cincuenta y sesenta cuando pobladores campesinos llegaron a Medellín de huida de la violencia política de mayor fragor en las áreas rurales. Se instalaron en terrenos vendidos por especuladores de la tierra quienes legalmente no eran los dueños o simplemente invadieron lotes no construidos pero con propietario.

Estos asentamientos estuvieron apartados de cualquier tipo de planificación y de allí lo caprichoso de los trazos barriales lo que posteriormente creará dificultades para la normalización de los servicios públicos y el establecimiento de planes viales. Para atender la carencia de vivienda y responder a una situación para la que la ciudad no estaba preparada, se creó a mediados de siglo la Fundación Casitas de la Providencia -hoy CORVIDE- que reforzó el papel del Instituto de Crédito Territorial en la erradicación de los tugurios y la reubicación de sus habitantes en otros sitios de la ciudad mediante planes de vivienda de forma organizada.

Nuevas olas de migrantes arribaron a la ciudad en las décadas de los años setenta y ochenta como consecuencia de la “pacificación” del Frente Nacional y del fracaso de la reforma agraria en la década de los sesenta, además de las políticas económicas que dieron todo el ímpetu a la modernización del país cifrados en la industria y en el sector financiero.

Paralelamente se dio un proceso de expulsión de los campesinos por la compra de tierras a manos de los narcotraficantes que se adicionaba a las compras de tierra para fincas de recreo en las zonas más cercanas a la ciudad. Estos elementos, entre otros, causaron una migración sostenida desde entonces mientras en la ciudad se hacían más estrictas las normas de urbanismo lo que hizo a estos pobladores buscar refugio en las partes mas apartadas, laderas arriba, excluidas del perímetro urbano y consideradas de mayor riesgo geológico.

Esta nueva ola, la de los desplazados, ha agravado la magnitud de la subnormalidad y ha incrementado el problema de habitabilidad urbana.

[1] RUA, Tulia Eugenia. Anteproyecto de Monografía para optar al titulo de Historiadora. Departamento de Historia. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Universidad de Antioquia Medellín. 2010.

[2] 5. PÉCAULT, Daniel. La pérdida de los derechos, del significado de la experiencia y de la inserción social. A propósito de los desplazados en Colombia. Estudios Políticos nº 14, Medellín: enero-junio. 1999, p. 13-31

[3] GIRALDO, Fabio. VIVIESCAS, Fernando. Pensar la ciudad. T.M Editores. Bogotá, 1996

[4] (CORREDOR MARTÍNEZ, Consuelo. Los límites de la modernización. Bogotá, CINEP- Universidad Nacional, 1992, pág. 45.)

[5] BUSTELO, Eduardo et. al. Todos entran. Bogotá: Santillana- UNICEF, 1998, pág. 246

[6] Instituto de Estudios Regionales - Universidad de Antioquia Programa Integral para Mejoramiento de Barrios Subnormales 27

41 videos de PAULO FREIRE

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Habre el siguiente enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=LXmggKL4Jrw

MEDIO PAN Y UN LIBRO

MEDIO PAN Y UN LIBRO

Federico Garcia Lorca


A contrapelo de las tendencias actuales marcadas
por el reemplazo del libro en papel por el libro electrónico,
la Biblioteca ha querido publicar este hermoso discurso
del poeta español Federico García Lorca (1898-1936) en
la inauguración de una pequeña biblioteca en Fuente
Vaqueros, su tierra natal, en 1931: un sentido elogio
del libro como elemento de cultura y de aprendizaje del
mundo,...
En el siguiente link encontraras el texto completo publicado por la Universidad de Antioquia:
http://www.udea.edu.co/portal/page/portal/bActualidad/Principal_UdeA/Diseno/Documentos/Documentos2010/Agosto/FOLLETOpanLIBRO2.pdf

jueves, 2 de diciembre de 2010

LOS DIABLOS DEL DIABLO

LOS DIABLOS DEL DIABLO
EDUARDO GALEANO

Ésta es una modesta contribución a la guerra del Bien contra el Mal. El autor aporta algunos identikits que nos ayudan a identificar Olos diversos rostros del Príncipe de las Tinieblas. En esta muestra sólo figuran los demonios de más larga duración, que desde hace siglos o milenios siguen activos en el mundo.

El Diablo es musulmán.
Ya el Dante sabía que Mahoma era terrorista. Por algo lo ubicó en uno de los círculos del Infierno, condenado a pena de taladro perpetuo. "Lo vi rajado", celebró el poeta en La divina comedia, "desde la barba hasta la parte inferior del vientre...".
Más de un Papa había comprobado que las hordas musulmanas, que atormentaban a la Cristiandad, no estaban formadas por seres de carne y hueso, sino que eran un gran ejército de demonios que más crecía cuanto más sufría los golpes de las lanzas, las espadas y los arcabuces.
En tiempos actuales, los misiles fabrican muchos más enemigos que los enemigos que destripan. Pero, ¿qué sería de Dios, al fin y al cabo, sin enemigos? El miedo manda, las guerras comen miedo. La experiencia prueba que la amenaza del Infierno es siempre más eficaz que la promesa del Cielo. Bienvenidos sean los enemigos. En la Edad Media, cada vez que tambaleaba el trono, por bancarrota o furia popular, los reyes cristianos denunciaban el peligro musulmán, desataban el pánico, lanzaban una nueva Cruzada y santo remedio. Ahora, hace un ratito nomás, George W. Bush ha sido reelecto presidente del planeta gracias a la oportuna aparición de Ben Laden, el Satán mayor del reino, que en vísperas de la elección anunció, desde la tele, que iba a comerse a todos los niños crudos.
Allá por el año 1564, el demonólogo Johann Wier había contado los diablos que estaban trabajando en la Tierra, a tiempo completo, por la perdición de las almas cristianas. Había siete millones cuatrocientos nueve mil ciento veintisiete, que actuaban divididos en setenta y nueve legiones.
Muchas aguas hirvientes han pasado, desde aquel censo, bajo los puentes del Infierno. ¿Cuántos suman, hoy día, los enviados del reino de las tinieblas? Las artes de teatro dificultan el conteo. Estos engañeros siguen usando turbantes, para ocultar sus cuernos, y largas túnicas tapan sus colas de dragón, sus alas de murciélago y la bomba que llevan bajo el brazo.
El Diablo es judío.
Hitler no inventó nada. Desde hace dos mil años, los judíos son los imperdonables asesinos de Jesús y los culpables de todas las culpas.
¿Cómo? ¿Que Jesús era judío? ¿Y judíos eran también los doce apóstoles y los cuatro evangelistas? ¿Cómo dice? No puede ser. Las verdades reveladas están más allá de la duda y no exigen más evidencia que su propia existencia. Las cosas son como se dice que son, y se dice porque se sabe: en las sinagogas el Diablo dicta clase, y los judíos están desde siempre dedicados a profanar hostias y a envenenar aguas benditas. Por ellos han ocurrido las bancarrotas económicas, las crisis financieras y las derrotas militares; son ellos quienes han traído la fiebre amarilla, la peste negra y todas las pestes.
Inglaterra los expulsó, sin dejar ni uno, en el año 1290, pero eso no impidió que Chaucer, Marlowe y Shakespeare, que nunca habían visto un judío, fueran obedientes a la caricatura tradicional y reprodujeran personajes judíos según el molde satanísimo del parásito chupasangre y el avaro usurero.
Acusados de servir al Maligno, estos malditos anduvieron los siglos de expulsión en expulsión y de matanza en matanza. Después de Inglaterra, fueron sucesivamente echados de Francia, Austria, España, Portugal y numerosas ciudades suizas, alemanas e italianas. Los reyes católicos, Isabel y Fernando, expulsaron a los judíos, y también a los musulmanes, porque ensuciaban la sangre. Los judíos habían vivido en España durante trece siglos. Se llevaron las llaves de sus casas. Hay quienes las tienen todavía. Nunca más volvieron.
La colosal carnicería organizada por Hitler culminó una larga historia de persecución y humillación.
La caza de judíos ha sido siempre un deporte europeo.
Ahora los palestinos, que jamás lo practicaron, pagan la cuenta.
El Diablo es mujer.
El libro Malleus Maleficarum, también llamado El martillo de las brujas, recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, lo escribieron, por encargo del Papa Inocencio VIII, para hacer frente a las conspiraciones demoníacas contra la Cristiandad. Se publicó por primera vez en 1486, y hasta fines del siglo XVIII fue el fundamento jurídico y teológico de los tribunales de la Inquisición en varios países.
Los autores sostenían que las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural: "Toda brujería proviene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable". Y demostraban que "esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía" encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos. Los autores advertían a los incautos: "La mujer es más amarga que la muerte. Es una trampa. Su corazón, una red, y cadenas sus brazos".
Este tratado de criminología, que envió a miles de mujeres a las piras de la Inquisición, aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería. Si confesaban, merecían el fuego. Si no confesaban, también, porque sólo una bruja, fortalecida por su amante el Diablo en los aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
El Papa Honorio III había sentenciado que el sacerdocio era cosa de machos: "Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres".
Ocho siglos después, la Iglesia católica sigue negando el púlpito a las hijas de Eva.
El mismo pánico hace que los musulmanes fundamentalistas les mutilen el sexo y les tapen la cara.
Y el alivio por el peligro conjurado mueve a los judíos muy ortodoxos a empezar el día susurrando: "Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer".
El Diablo es homosexual.
Desde 1446, los homosexuales marchaban a la hoguera en Portugal. Desde 1497, los quemaban vivos en España. El fuego era el destino que merecían estos hijos del Infierno, que del fuego venían.
En América, en cambio, los conquistadores preferían arrojarlos a los perros. Vasco Núñez de Balboa, que a muchos emperró, creía que la homosexualidad era contagiosa. Cinco siglos después, escuché decir lo mismo al arzobispo de Montevideo.
Cuando los conquistadores asomaron en el horizonte, sólo los aztecas y los incas, en sus imperios teocráticos, castigaban la homosexualidad; y con pena de muerte. Los demás americanos la toleraban, y en algunos lugares la celebraban, sin prohibición ni castigo.
Esta provocación insoportable debía desatar la cólera divina. Desde el punto de vista de los invasores, la viruela, el sarampión y la gripe, pestes desconocidas que mataban indios como moscas, no venían de Europa sino del Cielo. Así Dios castigaba el libertinaje de los indios, que practicaban la anormalidad con toda naturalidad.
Ni en Europa, ni en América, ni en ningún lugar del mundo se ha llevado la cuenta de los muchos homosexuales condenados al suplicio o a la muerte por el delito de ser. Nada sabemos de los tiempos lejanos, y poco o nada sabemos del ahora nomás.
En la Alemania nazi, estos "degenerados culpables de aberrante delito contra la naturaleza" estaban obligados a portar un triángulo rosado. ¿Cuántos fueron a parar a los campos de concentración? ¿Cuántos murieron allí? ¿Diez mil, cincuenta mil? Nunca se supo. Nadie los contó, casi nadie los mencionó. Tampoco se supo nunca cuántos fueron los gitanos exterminados.
El 18 de septiembre del año 2001, el gobierno alemán y los bancos suizos resolvieron "rectificar la exclusión de los homosexuales entre las víctimas del Holocausto". Más de medio siglo demoraron en corregir la omisión. A partir de esa fecha, pudieron reclamar indemnización los homosexuales que habían sobrevivido en Auschwitz y otros campos, si es que alguno quedaba todavía vivo.
El Diablo es indio.
Los conquistadores descubrieron que Satán, expulsado de Europa, había encontrado refugio en América.
En esas islas y orillas del mar Caribe, besadas día y noche por su boca llameante, habitaban seres bestiales que andaban en cueros, tal como el Diablo los echó al mundo; que rendían culto al sol, a la tierra, a las montañas, a los manantiales y a otros demonios disfrazados de dioses; que llamaban juego al pecado carnal y lo practicaban sin horario ni contrato; que ignoraban los diez mandamientos y los siete sacramentos y los siete pecados capitales; que no conocían la palabra pecado ni temían al Infierno; que no sabían leer ni habían oído hablar nunca del derecho de propiedad ni de ningún derecho; y que, por si todo eso fuera poco, tenían la costumbre de comerse entre ellos. Y crudos.
La conquista de América fue una larga y dura tarea de exorcismo. Tan arraigado estaba el Demonio en estas tierras, que cuando parecía que los indios se arrodillaban devotamente ante la Virgen, estaban en realidad adorando a la serpiente que ella aplastaba bajo el pie; y cuando besaban la Cruz no estaban reconociendo al Hijo de Dios, sino que estaban celebrando el encuentro de la lluvia con la tierra.
Los conquistadores cumplieron la misión de devolver a Dios el oro, la plata y las otras muchas riquezas que el Diablo había usurpado. No fue fácil recuperar el botín. Menos mal que de vez en cuando recibían alguna ayudita de allá arriba. Cuando el dueño del Infierno preparó una emboscada en un desfiladero, para impedir el paso de los españoles hacia la plata del Cerro Rico de Potosí, un arcángel bajó de las alturas y le propinó tremenda paliza.
El Diablo es negro.
Como la noche, como el pecado, el negro es enemigo de la luz y de la inocencia.
En su célebre libro de viajes, Marco Polo evocó a los habitantes de Zanzíbar: "Tenían boca muy grande, labios muy gruesos y nariz como de mono. Iban desnudos y eran totalmente negros, de modo que quien los viera en cualquier otra región del mundo creería que eran diablos".
Tres siglos después, en España, Lucifer, pintado de negro, entraba en carro de fuego a los corrales de comedias y a los tablados de las ferias. Santa Teresa de Jesús, que vivió combatiéndolo, nunca pudo sacárselo de encima. Una vez se le paró al lado, y era "un negrillo muy abominable". Y otra vez ella vio que le salía una gran llama roja del cuerpo negro, cuando se sentó encima de su libro de oraciones y le quemó los rezos.
Breve historia del intercambio entre África y Europa: durante los siglos XVI, XVII y XVIII, África vendía esclavos y compraba fusiles. Cambiaba trabajo por violencia. Los fusiles ponían orden en el caos infernal y la esclavitud iniciaba el camino de la redención. Antes de ser marcados, al hierro candente, en la cara o en el pecho, todos los negros recibían una buena salpicadura de agua bendita. El bautismo espantaba al demonio y metía un alma en esos cuerpos vacíos.
Después, durante los siglos XIX y XX, África entregaba oro, diamantes, cobre, marfil, caucho y café y recibía Biblias. Cambiaba productos por palabras. Se suponía que la lectura de la Biblia podía facilitar el viaje de los africanos desde el Infierno hacia el Paraíso, pero Europa se olvidó de enseñarles a leer.
El Diablo es extranjero.
El culpómetro indica que el inmigrante viene a robarnos el empleo y el peligrosímetro lo señala con luz roja.
Si es pobre, joven y no es blanco, el intruso, el que vino de afuera, está condenado a primera vista por indigencia, inclinación al caos o portación de piel. Y en cualquier caso, si no es pobre, ni joven, ni oscuro, de todos modos merece la malvenida porque llega dispuesto a trabajar el doble a cambio de la mitad.
El pánico a la pérdida del empleo es uno de los miedos más poderosos entre todos los miedos que nos gobiernan en estos tiempos del miedo, y el inmigrante está situado siempre a mano a la hora de acusar a los responsables del desempleo, la caída del salario, la inseguridad pública y otras temibles desgracias.
Antes, Europa derramaba sobre el mundo soldados, presos y campesinos muertos de hambre. Esos protagonistas de las aventuras coloniales han pasado a la historia como agentes viajeros de Dios. Era la Civilización lanzada al rescate de la barbarie.
Ahora, el viaje ocurre al revés. Los que llegan, o intentan llegar, desde el Sur al Norte, no traen ningún cuchillo entre los dientes ni fusil al hombro. Vienen de países que han sido exprimidos hasta la última gota de su jugo y no tienen la intención de conquistar nada más que algún trabajo o trabajito. Esos protagonistas de las desventuras coloniales parecen, más bien, mensajeros del Diablo. Es la barbarie lanzada al asalto de la Civilización.
El Diablo es pobre.
Se relamen mientras usted come, espían mientras usted duerme: los pobres acechan. En cada uno se esconde un delincuente, quizás un terrorista.
Los bienes de pocos sufren la amenaza de los males de muchos. Nada de nuevo. Así ha sido desde que dueños de todo no consiguen dormir y los dueños de nada no consiguen comer.
Sometidas a un acoso de miles de años, las islas de la decencia están acorraladas por los turbulentos mares de la mala vida. Ruge el oleaje, que obliga a vivir en alarma perpetua. En las ciudades de nuestro tiempo, inmensas cárceles que encierran a los prisioneros del miedo, las fortalezas dicen ser casas y las armaduras simulan ser trajes.
Estado de sitio. No se distraiga, no baje la guardia, no se confíe: usted está estadísticamente marcado, y a la corta o a la larga tendrá que sufrir algún asalto, secuestro, violación o crimen.
En los barrios malditos esperan, agazapados, mordiendo envidias, tragando rencores, los autores de su próxima desgracia. Son vagonetas, pelagatos, borrachos, drogadictos, carne de cárcel o bala, gentes sin dientes, ni camino, ni destino.
Nadie los aplaude, pero estos ladrones de gallinas hacen lo que pueden imitando, modestamente, a los maestros que enseñan al mundo las fórmulas del éxito. Nadie los comprende, pero ellos aspiran a ser ciudadanos ejemplares, como esos héroes de nuestro tiempo que violan la tierra, envenenan el aire y el agua, estrangulan salarios, asesinan empleos y secuestran países.
Eduardo Galeano.

EL MUNDO EN RUMBO DE COLISIÓN

EL MUNDO EN RUMBO DE COLISIÓN.

Manfred Max-Neef
El Premio Nobel Alternativo de Economía Manfred Max-Neef ha indicado que con el dinero que se ha usado para "salvar" a los bancos de la situación financiera actual habría "600 años de un mundo sin hambre".
El creador de los 'Principios de Economía Descalza' y la 'Teoría del Desarrollo a Escala Humana' ha asegurado que la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, FAO, estimó en octubre de 2008 que el hambre está afectando a millones de personas y millones de dólares para paliarlo. "En ese mismo momento se agregan millones para salvar a los bancos". Así, ha subrayado que hasta septiembre de 2009 el paquete de rescate alcanza a 17 mil millones de dólares."Ese es el mundo en el que estamos. Acostumbrado a que nunca hay suficiente para los que no tienen nada pero sobran los recursos para satisfacer las necesidades superficiales", ha destacado.
Max-Neef fue miembro del Consejo Asesor de los Gobiernos de Canadá y Suecia para el Desarrollo Sustentable, y candidato independiente a la Presidencia de la República de Chile en 1993. Entre los años 1994 y 2002 fue rector de la Universidad Austral de Chile. Actualmente es profesor de Economía Ecológica de la Universidad Austral de Chile. Está considerado como 'Uno de los sabios de nuestro tiempo' y 'Uno de los 50 líderes mundiales en sostenibilidad'.
Serie: Ciclo Luzes Diálogos en La Rábida. Actividad Clase Magistral Temática: Economía, Medio Ambiente. Descriptores: Naturaleza, Política, Cultura, Comunicación, Internet, Periodismo Geográfico: La Rábida / UNIA / España. Año y Producción: 2009-12 Universidad Internacional de Andalucía. Realización: SAV Servicio Audiovisual UNIA. Nacionalidad: España. Equipo Técnico: Enrique Antonio Martínez, dirección. Daniel González, realización y edición. UNIA.258
Veamos el Video:

http://www.blip.tv/file/2951120

LENGUAJE Y MIEDO GLOBAL

LENGUAJE Y MIEDO GLOBAL

Eduardo Galeano

"El lenguaje". En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señorita. Hoy, por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública:
El capitalismo luce el nombre artístico de "economía de mercado", el imperialismo se llama "globalización".
Las víctimas del imperialismo se llaman "países en vías de desarrollo", es como llamar niños a los enanos.
El oportunismo se llama pragmatismo, la traición se llama realismo.
Los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos.
La expulsión de los niños pobres del sistema educativo se conoce bajo el nombre de "deserción escolar".
El derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama "flexibilización del mercado laboral".
El lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría.
En lugar de dictadura militar, se dice "proceso".
Las torturas se llaman "apremios ilegales", o también "presiones físicas y psicológicas".
Cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos.
El saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito.
Se llaman "accidentes" a los crímenes que cometen los automóviles.
Para decir ciegos, se dice no videntes, un negro es un hombre de color.
Donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o SIDA.
Repentina dolencia significa infarto, nunca se dice muerte, sino desaparición física.
Tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones militares.
Los muertos en batalla son bajas, y los civiles que la ligan sin comerla ni beberla, son daños colaterales.
En 1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: "No me gusta esa palabra bomba, no son bombas, son "artefactos que explotan".
Se llaman "Convivir" algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar.
"Dignidad" era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya.
Se llama "Paz y Justicia" el grupo paramilitar que, en 1997, acribilló por la espalda a cuarenta y cinco campesinos, casi todos mujeres y niños, mientras rezaban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.
"El miedo global." Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerras.
Es el tiempo del miedo. Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Eduardo Galeano

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DE CÓMO FUE SECUESTRADO EL INCA ATAHUALPA POR LA BANDA DE FRANCISCO PIZARRO

DE CÓMO FUE SECUESTRADO EL INCA ATAHUALPA POR LA BANDA DE FRANCISCO PIZARRO, CON LA RELACIÓN DE ALGUNAS CIRCUNSTANCIAS DE SU CAUTIVERIO, EL PAGO DEL INMENSO RESCATE Y LA EJECUCIÓN FINAL DE LA VÍCTIMA

Por: William Ospina

Revista Número # 20, 1998. http://www.revistanumero.com/20inca.htm
(Allí sólo parte inicial del texto. Páginas 29 a 32 –fragmento - del libro*)
*Publicado también en: William Ospina, La herida en la piel de la diosa ,
Aguilar, Bogotá, 2003. (Carátula más adelante). Pags 27 a 45.
De allí lo escaneó NTC … (Julio 27, 2009) .
El 16 de noviembre de 1532 tuvo lugar el primer caso documentado de secuestro en el territorio suramericano. Un grupo de españoles dirigido por Francisco Pizarro se apoderó por la fuerza del inca Atahualpa, quien había aceptado una a cenar y había llegado al campamento en el alto valle de Cajamarca, en las montañas del Perú, con un lujoso cortejo ceremonial de incas desarmados.
Las tropas de los aventureros españoles se habían atrincherado en los edificios vecinos, esperando la orden de su jefe para abrir fuego contra los visitantes, pero antes de ello un sacerdote católico, el padre dominico Vicente de Valverde, salió al encuentro de la víctima (Imagen más adelante), le habló del misterio de la Santísima Trinidad, le habló de la creación del mundo y del pecado original, y finalmente le informó que el papa de Roma había entregado esas tierras al emperador Carlos V y que Pizarro venía a tomar posesión de ellas. Al oír la traducción que le hacía el intérprete, el inca sorprendido le respondió que el reino del Perú le correspondía por herencia de su padre Huayna Cápac, y que ambos descendían del Sol, del dios de los incas. Entonces el sacerdote le mostró un objeto hecho de numerosos planos superpuestos exornados de inscripciones, y poniéndolo en manos de Atahualpa le dijo que allí estaba toda la sabiduría. El inca examinó aquel objeto, tratando de escuchar todo el saber que había en él, pero al no oír nada se sintió engañado y lo arrojó por tierra con indignación; era la señal que se requería. El dominico corrió hacia donde se encontraba Pizarro, le dijo que aquel perro arrogante había arrojado por tierra la sagrada escritura, y le dio la absolución previa por todo lo que quisiera hacer contra él y contra sus gentes.

La "batalla" de Cajamarca (Perú) en 1532.
Los conquistadores, que disponían de cañones y de mosquetes para espantar y también para aniquilar a las tropas de flecheros del imperio incaico, abrieron fuego en todas direcciones, cayeron además con sus espadas sobre los acompañantes inermes de Atahualpa, que no acertaban a huir abandonando a su rey, y dieron muerte en una tarde a más de siete mil personas. El hecho era trágico de una manera extrema: Atahualpa asistió a la cena con toda su corte, como prueba de confianza en los visitantes. Nada más alejado de las expectativas de su cultura y de los códigos de honor seculares de su pueblo que la posibilidad de que un ejército abriera fuego contra ellos sin haber declarado previamente la guerra.
Ante la superioridad técnica de los atacantes, ante ese fuego inesperado y traicionero, ante esa ferocidad de los guerreros españoles del Renacimiento que le ha hecho decir a Jacob Burckhardt que en ellos parecía haberse desencadenado el lado diabólico de la naturaleza humana, fue tal el desconcierto de los incas que ninguno reaccionó, y la irrupción de los caballos acorazados de los españoles, bestias bicéfalas desconocidas vestidas de hierro y capaces de hablar, acabó de paralizar al cortejo. Ni siquiera las tropas que acampaban en el valle vecino se atrevieron a asomarse al lugar donde resonaban los truenos. Quienes allí caían aniquilados eran, nos dice David Ewing Duncan, «la élite del gobierno de Atahualpa, sus nobles, sus gobernadores, sus generales, sus sacerdotes y sus adivinos, los mayores responsables del funcionamiento del gobierno imperial, cuya súbita muerte en masa significaba un golpe devastador para un imperio que había perdido a millares de miembros de su clase dirigente en la reciente guerra civil».

Pero aquella fiesta de sangre no fue más que el comienzo. Con la mano ensangrentada, el propio Francisco Pizarro tomó por los cabellos a Atahualpa y lo llevó a rastras, entre el caos y la masacre, hasta la habitación donde después lo tuvieron cautivo durante nueve meses.



La captura de Atahualpa.


Los móviles de aquel secuestro están claros: desde su llegada a América, a los 40 años de su edad, Francisco Pizarro se había hecho el propósito de obtener poder y fortuna, y andaba buscando la región de los incas, siguiendo la leyenda de su riqueza extrema. Pascual de Andagoya, viajando desde Panamá, había oído a unos indios que navegaban en piraguas por las costas del Pacífico hablar de una tierra llamada Pirú, donde un poderoso rey era dueño de tesoros fabulosos. Desde entonces Pizarro se había obsesionado con esa aventura, había conseguido cómplices que lo secundaran, y estaba tan seguro de las riquezas que iba a obtener que hasta celebró un contrato con sus aliados, distribuyéndose de antemano el oro y las tierras que pensaban apropiarse. Eran tenaces, y antes de llegar al Perú afrontaron grandes penalidades, como los meses de delirio en la isla Gorgona, donde chapotearon en el fango entre el asedio de los mosquitos, alimentándose de lagartos y de huevos de tortuga, enfundados en sus armaduras bajo el sol del Pacífico por temor a las bestias venenosas. Pero aún no estaba claro para ellos que lo que se proponían era un secuestro; éste se les fue apareciendo como el camino más eficaz para cumplir su cometido, y sólo cuando Pizarro ya tenía a Atahualpa cautivo en su edificio de Cajamarca, concibió con claridad el monto del rescate que pediría por él.

La prisión del inca era una habitación de siete metros de largo por cinco de ancho. Pizarra exigió a Atahualpa que ordenara a sus súbditos llenar de oro esa habitación hasta una altura de dos metros, y trazó una raya en la pared para indicar con claridad el nivel al que debían llegar los tributos. Ello equivalía a setenta metros cúbicos de oro, que en última instancia y en los niveles extremos podría completarse con plata en caso de que el oro aportado para la liberación del secuestrado no fuera suficiente. Empezaron entonces los súbditos de Atahualpa a acarrear por la red de caminos del imperio inca, que eran mejores que los caminos europeos de aquel tiempo, literas cargadas con objetos de oro, intentando llenar la habitación en los dos meses que los secuestradores habían concedido como plazo. En realidad tardaron más de siete en llenarla, y mientras tanto los captores establecieron cierta relación de familiaridad con el prisionero, hasta el punto de que uno de ellos, acaso Hernando de Soto, distraía los meses de su cautiverio enseñándole a jugar ajedrez.

En julio de 1533 se terminó de pagar el inmenso rescate, que ascendió entonces a la cifra de 1.326.539 pesos de oro más 51.610 marcos de plata. Al precio de 1995, el oro recogido ascendía a 88, 5 millones de dólares y la plata a 2,5 millones de dólares, de modo que el precio total del rescate pagado sería al precio de 2003 de 254.800 millones de pesos colombianos. Dejo en manos de los juristas, de los investigadores y de la fiscalía, la indagación de cómo fue distribuido ese caudal entre los partícipes del secuestro, que eran un jefe mayor, Francisco Pizarro, dos socios por contrato, Diego de Almagro y Hernando de Luque, tres colaboradores especiales, los hermanos de Pizarro, Hernando, Gonzalo y Juan, dos jefes destacados en la campaña, Hernando de Soto, futuro conquistador de Florida, y Sebastián de Belalcázar*, cuya estatua ejemplar preside el cerro de los Cristales en Cali (Imágen más adelante), en la extrema frontera norte del imperio de Atahualpa, y 168 guerreros eficientes que asesinaron a cañón, a mosquete y a golpes de espada la tarde del secuestro a un promedio de cuarenta hombres desarmados cada uno.

(*
http://es.wikipedia.org/wiki/Sebasti%C3%A1n_de_Belalc%C3%A1zar )

Finalmente pueden calcular también la parte que le correspondió a una suerte de cómplice ciego, o gancho ciego como se decía aquí en las cárceles, el emperador Carlos V, quien había encomendado a Pizarro la misión de apoderarse del Perú --en caso de que el Perú existiera- y quien para tener en paz su conciencia ante el dios que le dio tan ancho imperio había nombrado a estos hombres protectores universales de los indios, pero no rechazó su parte de la recompensa por el hecho deleznable de que unos cuantos peruanos, entre ellos siete mil en un solo día, hubieran perdido la vida.

Atahualpa y sus acompañantes van hacia a Cajamarca.
Podría decirse que el emperador, que tenía por entonces la misma edad de Hernando de Soto y de Atahualpa, unos 34 años, ignoraba el modo como se habían dado Ios hechos, y podía seguir siendo el jefe del mayor imperio católico del mundo sin muchos remordimientos, pues sin duda sus súbditos, los secuestradores de esta historia, le ocultarían algunos detalles menudos del hecho. . Pero la verdad es que en el año de 1534, justo cuando el piadoso emperador recibió a Hernando Pizarra, quien llegaba a entregarle su parte del botín, de eso que en el virtuoso lenguaje de hoy se llamaría el dinero sucio, se publicó en Sevilla el relato detallado de aquel episodio, aunque no se lo llamó Noticia de un secuestro porque en esos tiempos no se solía llamar a las cosas por su nombre, sino "La Conquista del Perú llamado la Nueva Castilla. La cual tierra fue conquistada por el capitán Francisco Pizarro y su hermano Fernando Pizarro",
384 [386], http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/386/en/text/?open=id2975196 ATAGVALPA INGA ESTÁ EN LA CIVDAD DE CAXAMARCA EN SV TRONO, VSNO 1 / Almagro / Pizarro / Fray Uisente / Felipe, yndio lengua / usno, aciento del Ynga / ciudad de Caxamarca / Se acienta Ataguálpa Ynga en su trono. / Guaman Poma, Nueva corónica y buen gobierno (1615). (Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
.
que había sido escrito por uno de los miembros de la expedición y publicado de manera anónima, aunque ahora ya sabemos que se trata del soldado
Cristóbal de Mena , partícipe del hecho, atento observador y finalmente mal pagado. Pero la verdad es que Pizarro, ávido de poder y de reconocimiento, destinó para el emperador la mayor parte de ese tesoro, no los quintos reales que eran entonces la obligación de los aventureros, y como Carlos V debía a los banqueros alemanes el dinero con el cual compró la corona de Alemania, y sólo podía pagarla con el oro de América, Pizarro no sólo obtuvo el título de marqués y la gobernación de las montañas del inca, sino también una leyenda de paladín y de patriota que dura hasta hoy, y que se enardece en efigies de bronce y resuena en ditirambos en los volúmenes de la historia oficial de nuestros continentes.
Cualquiera diría que con tan descomunal rescate los secuestradores habrán despedido a su víctima con abrazos y besos, e incluso con lágrimas en los ojos, como lo hacen a veces sus discípulos contemporáneos, pero la verdad es que Pizarro y sus socios estaban inventando un género y lo inventaron plenamente. Como ocurre a menudo en los secuestros modernos, después de recibido el rescate, en lugar de liberar a la víctima empezaron a pensar qué más podían sacarle, y finalmente decidieron matar al inca Atahualpa, de quien se habían hecho tan buenos amigos, a quien le enseñaban a jugar ajedrez y a quien le conversaban de la civilización europea durante las veladas de nueve meses en la mesa de Cajamarca. Claro que antes de matado decidieron darle un matiz de legitimidad al hecho cruel y atroz, y montaron un juicio amañado y cínico en el cual un indio llamado Felipillo, que servía de intérprete, que al parecer estaba enamorado de la favorita del inca, y al que le habrán dado también al estilo de nuestra época algún estímulo jurídico e incluso económico, testificó en su contra. Los testimonios de este súbdito resultaron harto convincentes para el jurado, y vinieron adicionalmente acusaciones de poligamia e idolatría: Atahualpa había ofrecido sacrificios a dioses falsos. Allí debió ser utilísimo el testimonio del padre dominico Vicente de Valverde, a quien ya conocemos, y quien se escandalizó de que no besara con veneración la Biblia alguien que nunca había visto un libro; de modo que en vez de dejar en libertad al secuestrado, un improvisado tribunal pulió unos argumentos para asesinado fríamente, dejándonos un ejemplo completo de lo que vendría a ser con el tiempo una de las prácticas más crueles y abominables en nuestras sociedades.
(<-- Retrato de Sebastián de Belácazar que preside el hemiciclo del Concejo de Cali. Fuente, click : aquí )

Como conclusión de su secuestro, el emperador de los incas, jefe del segundo imperio más grande del mundo después del Imperio otomano, fue condenado en agosto de 1533 a ser quemado vivo. Todavía podían hacerle una última violencia, y se la hicieron: le prometieron cambiarle la pena atroz del fuego por otra si aceptaba la religión de sus asesinos. Aceptó entonces bautizarse y por ello obtuvo el favor de morir estrangulado. El 29 de agosto de 1533, ya con el nombre cristiano de Juan de Atahualpa, en homenaje a Juan el Bautista, a quien también alguien le había cortado la cabeza, fue amarrado a un poste y ahorcado en el clásico estilo español: mediante un torniquete que se va apretando lentamente y que tiene el nombre de garrote vil.

Hay quien dice que los españoles que lo secuestraron estaban obligados a ello, porque se habían internado de un modo temerario en una tierra donde Atahualpa contaba con un ejército de 80 mil hombres, de modo que si no obraban de esa manera brutal, no habrían podido escapar de aquel encierro. (<--- Sebastián de Belalcázar en Cajamarca -en Los Baños - habla co Atahulapa un día antes del secuestro
http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/384/en/text/?open=id2975196 . Guaman Poma, Nueva corónica y buen gobierno (1615)) (Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
.
Ello supone una curiosa legitimación: vale más la vida de 168 cristianos que se han adentrado violentamente en un país ajeno, que la vida de los siete mil hombres a los que masacraron en una sola tarde, para hablar solamente de esas víctimas. Por supuesto que todo esto es historia, y en esa medida no vale mucho la pena exaltarse, apasionarse, ni intentar insensatamente modificar el pasado. Pero la verdad es que no estamos hablando del pasado. Me he propuesto contar esta historia interpretando el cautiverio de Atahualpa como lo que fue, como un secuestro abusivo y criminal, porque esa historia tremenda nos ha sido contada casi siempre como una hazaña heroica, donde los bandidos están cubiertos por una aureola luminosa de grandes estadistas, de paladines y de portaestandartes de la civilización. Además es preciso señalar que el hecho no resulta criminal sólo desde la perspectiva de los incas vencidos.
Casi siempre, en la historia de las guerras, los crímenes terminan siendo justificados y juzgados a la luz de la moral de los triunfadores. Pero los hechos de Cajamarca resultan criminales a la luz de los principios de la propia civilización cristiana en cuyo nombre fueron cometidos, y causaron alarma en las conciencias civilizadas de la península, y honra a España la certeza de que sus humanistas de entonces reaccionaron con horror ante la noticia de estas acciones. El padre Francisco de Vitoria, en carta dirigida al P. Miguel de Arcos, escribió estas palabras históricas, justo al enterarse de los hechos que acababan de ocurrir en Cajamarca:

"Se me hiela la sangre en el cuerpo. No disputo si el emperador puede conquistar las Indias: presupongo que lo puede hacer estrictísimameme. Pero a lo que yo he entendido de los mismos que estuvieron en la batalla de Atahualpa, nunca ni Atahualpa ni los suyos habían hecho ningún agravio a los cristianos, ni cosa por donde debiese hacérseles la guerra ... Responden los defensores de los peruleros que los soldados no eran obligados a examinar eso, sino a seguir lo que mandaban los capitanes. Accipio responsum para los que no sabían que no había ninguna causa más de guerra, mas ¿para robarlos, que eran todos o los más? Y creo que más ruines han sido las otras conquistas después ... Pero no quiero parar aquí. Yo doy todas las batallas y conquistas por buenas y santas. Pero háse de considerar que esta guerra ex confessione de los peruleros, no es contra extraños, sino contra verdaderos vasallos del Emperador, como si fuesen naturales de Sevilla ..."

EL INCA, "el segundo imperio más grande del mundo después del Imperio otomano ...")(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
Sorprende que se haya mirado como un hecho civilizador algo que repugnaba a la condición humana desde el propio bando de los ejecutores, y sorprende más aún que casi cinco siglos después todavía se siga jugando a la justificación de esos hechos atroces. Antes de la llegada del euro, España conmemoró el V centenario del Descubrimiento con un billete de mil pesetas en el que se representaba a los dos «paladines»: Hernán Cortés y Francisco Pizarro. (Imágen más adelante) Una de las razones por las cuales en nuestro país, e incluso en el continente, no logramos salir del abismo del desorden y de la confusión de una historia llena de injusticias y de abusos, es porque no llamamos a las cosas por su nombre. Cualquier secuestrador puede terminar creyendo que si tiene éxito ya está legitimado ante la historia, no importa cuáles atrocidades cometa.
Francisco Pizarro preside, acorazado de pies a cabeza, y sobre un caballo de aspecto infernal tan acorazado como él, la plaza central de la ciudad de Trujillo, en España. (Imágenes más adelante). Es un paladín que les llevó considerables riquezas a su rey y a su patria. Como figura legendaria es un ejemplo para las generaciones. Pero su principal hazaña fue un secuestro, y la destrucción de uno de los más admirables imperios de la historia. En el libro de Jean Descola, Los conquistadores del imperio español que junto con el libro Hernando de Soto: A Savage Quest in the Americas, me han guiado en la narración de este episodio, aparece un texto que vale la pena citar aquí como comentario de lo contado. Es un extracto del testamento del padre Mancio Sierra Lejesema, otorgado el 15 de septiembre de 1589 ante Jerónimo Sánchez de Quesada, escribano público, en la ciudad de Cuzco, y dice lo siguiente: "Primeramente antes de empezar dicho mi testamento, declaro que ha muchos años que yo he deseado tener orden de advertir a la Católica Majestad del Rey don Felipe, nuestro Señor, viendo cuán católico y cristianísimo es, y cuan celoso del servicio de Dios nuestro Señor, por lo que toca al descargo de mi ánima, a causa de haber sido yo mucha parte en el descubrimiento, conquista y población de estos reinos, cuando los quitamos a los que eran Señores Incas, y los poseían y regían como suyos propios, y los pusimos debajo de la real corona, que entienda Su Majestad Católica que los dichos Incas los tenían gobernados de tal manera que en todos ellos no había un ladrón, ni hombre vicioso, ni hombre holgazán, ni una mujer adúltera ni mala ... , y que los montes y minas, pastos, caza y madera, y todo género de aprovechamientos estaba gobernado y repartido de suerte que cada uno conocía y tenía hacienda sin que otro ninguno se la ocupase o tomase ... , y que las cosas de guerra, aunque eran muchas, no impedían a las del comercio ... , y que en todo, desde lo mayor hasta lo más menudo, tenía su orden y concierto con mucho acierto ... , y que entienda Su Majestad que el intento que me mueve a hacer esta relación es por descargo de mi conciencia ... , pues habemos destruido con nuestro mal ejemplo gente de tanto gobierno como eran estos naturales
..." (--> http://historiaperuana.blogspot.com/2009/03/dibujo-llevando-el-rescate-de-atahualpa.html Incas llevando piezas de oro para el rescate de Atahualpa. Théodore de Bry )(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
Esto nos ayuda a percibir mejor la complejidad de eso que llamamos la Conquista de América, una época que persiste en el fondo de nuestras pesadillas y de nuestros delirios. He advertido que a los americanos recordar estas cosas nos duele, a pesar de que hayan pasado los siglos, y aunque sabemos bien que no estaríamos aquí ni hablaríamos esta lengua que amamos si no se hubiera dado ese proceso desmesurado y brutal. Ser hijos de la fusión de las razas no nos autoriza a arrojar una bendición indiscriminada sobre todo lo que ocurrió entonces. Nos exige mirado con detenimiento, con serenidad, con inmensa curiosidad, y nos exige también que seamos capaces de exaltarnos con su belleza y de estremecemos con su crueldad. Nos exige todavía arrebatar aquellas cosas a su abismo de silencio y de olvido, al orbe de lo inexpresado, y darles vuelo en el lenguaje, en la interpretación, pues tal vez Freud tenía razón cuando dijo que «lo que así permanece sin explicación retorna siempre, una y otra vez, como un alma en pena, hasta encontrar explicación y redención».

(--> La pieza que se llenó de oro para el rescate)

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Por supuesto que Europa no sólo trajo a América destrucción y barbarie, que también hubo una voluntad de aportar a nuestro continente elementos de cultura y de civilización. Aun en el seno de la Iglesia católica, que estaba obligada por sus propios dogmas a rechazar y combatir los cultos y las mitologías de los pueblos nativos, numerosos prelados se esforzaron por comprender el mundo al que llegaban, se esforzaron por proteger a los pueblos nativos de los excesos de la codicia y del salvajismo de los guerreros. Pero los hechos inhumanos fueron muchos, y lo que principalmente podemos advertir en el episodio del secuestro del inca, es el poder destructivo que subyace en la idea de la superioridad de una cultura sobre otra, de una raza sobre otra, de una religión sobre otra. Esa idea de superioridad no murió con la Conquista, y ni siquiera murió con la Independencia. Colombia ha vivido más arduamente que otros países esos cuadros de intolerancia nacida de la idea de que hay unos sectores de la sociedad más dignos que otros de los bienes del mundo, monstruosos esquemas de clasismo y de desprecio por los humildes con los cuales es imposible ac­ceder a una democracia verdadera. "Antes de la llegada del euro, España conmemoró el V centenario del Descubrimiento con un billete de mil pesetas en el que se representaba a los dos «paladines»: Hernán Cortés y Francisco Pizarro."

Abundan en la historia las batallas que produjeron miles de muertos. Lo que no abunda es el ejemplo de matanzas de tal magnitud por fuera de las batallas, el asesinato de seres inermes, y cuando se las encuentra es casi siempre fruto del sectarismo de las religiones y de las razas. En el ejemplo de Cajamarca lo más duro es pensar que aquellos siete mil incas desarmados fueron asesinados en una tarde por sólo 168 guerreros. Ello habla muy elocuentemente de la extraña contextura moral de los conquistadores, hombres recios y resistentes hasta el límite de lo increíble, hombres invulnerables a la piedad y a la compasión. Pero jamás habrían podido los soldados cometer una matanza como aquélla, si no se hubieran sentido estimulados por la idea de la superioridad de su propia cultura, autorizados por los enviados de su religión, y tácitamente sostenidos por el emperador que de tal manera se benefició con los resultados del hecho.
(<-- "Francisco Pizarro preside, acorazado de pies a cabeza, y sobre un caballo de aspecto infernal tan acorazado como él, la plaza central de la ciudad de Trujillo, en España." ) (Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)

Los tiempos cambian. El Vaticano ya no bendice ejércitos, como lo hizo a lo largo de toda la Edad Media y del Renacimiento, y creo que en ninguna parte se ven ya sacerdotes católicos bendiciendo armas o tanques de guerra. Pero es muy sorprendente leer que antes del episodio en que fue capturado Atahualpa y aniquilada su gente, todos los miembros de la expedición se confesaron y recibieron la comunión, para que la jornada fuera exitosa.

Una vez más nos decimos que son cosas del pasado. Pero ¿es esto totalmente cierto? ¿No se oye cada vez con mayor frecuencia hablar entre nosotros de la piedad de los bandidos, de la devoción de los asesinos? No hace mucho nuestro escritor Fernando Vallejo publicó una novela de nombre aparentemente blasfemo: La Virgen de los Sicarios. Mediante un relato de ficción él aludía allí a un hecho real, la devoción de los sicarios adolescentes por las potestades del santoral cristiano, el modo como piden en sus oraciones que el cielo les ayude para el cumplimiento de las violentas tareas que acometen.

(<-- "Francisco Pizarro preside, acorazado de pies a cabeza, y sobre un caballo de aspecto infernal tan acorazado como él, la plaza central de la ciudad de Trujillo, en España.") (Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)

¿Qué les hace pensar que la crueldad de sus acciones es compatible con la piedad, con la devoción y casi con la plegaria? ¿Qué les hace sentir a esas gentes humildes que aceptan a menudo la tarea de guardianes de personas secuestradas, que lo que están haciendo no destruye su bondad y su propia humanidad? A mí me asombra descubrir en un hecho de hace casi cinco siglos perfectamente delineada una práctica que entre nosotros se ha ido fortaleciendo con el paso del tiempo, y que sobre todo en los últimos 15 años se ha desencadenado como una verdadera fiebre. No sé qué secreto vínculo une aquellos hechos antiguos con los de hoy, y sé en cambio que las analogías mecánicas son toscas, siendo muy distintas nuestras circunstancias de las que caracterizaban a esta tierra en tiempos de la Conquista. Sería incluso una arbitrariedad pretender establecer una simple ley de consecuencia entre el episodio que he narrado y lo que ocurre hoy entre nosotros. Pero me gustaría que este ejemplo no fuera desdeñado simplemente por su distancia en el tiempo, que fuera entendido siquiera como eso, como un ejemplo, como un precedente significativo en la medida en que, además de sus elementos políticos y pecuniarios, reúne de un modo casi prototípico algunas de las conductas propias del secuestro moderno: la toma violenta de una víctima inerme, el largo cautiverio, el rescate desmesurado, el pago de dicho rescate y el posterior sacrificio de la víctima. Habrá además quien sostenga que no es posible llamar secuestro a ese hecho, ya que hay que considerar allí los altos asuntos políticos propios del choque de las culturas y del proceso de civilización y evangelización que España se proponía, aunque a veces degenerara en hechos de barbarie.
Pero hay que recordar que no fue sólo en América, también en Europa la conducta de este tipo de soldados era observada con perplejidad, y éstas por ejemplo son las palabras que Jacob Burckhardt escribió a propósito de los soldados de Carlos V:
"A quien conozca sus atrocidades en Prato, Roma, etc., le costará trabajo después interesarse, en un alto sentido, por Fernando el Católico y Carlos V. Ellos conocían a sus hordas y las dejaron, no obstante, obrar libremente. La profusión de documentos de sus Gabinetes, que va saliendo poco a poco a la luz, podrá resultar una fuente de datos importantísimos ... pero nadie buscará ya en los escritos de tales príncipes el estímulo de un pensamiento político fecundo."
Hay épocas, como el siglo XVI español, tan embelesadas con la guerra, que ésta pierde su carácter de hecho excepcional y termina convertida en la manera natural de vivir. Yo a veces me pregunto si no está ocurriendo eso en la sociedad colombiana, donde la guerra civil fue la constante del siglo XIX, donde hemos vivido en el siglo XX: no una paz rota por guerras frecuentes sino una larga guerra a veces asordinada por asomos de paz. Y no es que no nos demos cuenta de que esa guerra existe: es que de tal manera vemos el mundo como una guerra perpetua que cada quien trata de acomodarse de la mejor manera a esa inercia fatídica, y como bien lo dice un personaje de García Márquez, «cada quien se tiende a morirse por donde le duela menos». Esa pasividad, esa resignación, se prueban en el hecho de que nadie ignora la guerra, todo el mundo se queja, todo el mundo está alarmado, pero casi nadie concibe cómo podría ser nuestro país en paz, con seguridad, con prosperidad.
La consigna de la paz no está llena de proyectos concretos, de reclamos nítidos, de claras tareas ciudadanas, se va convirtiendo por ello en una suerte de fórmula abstracta en la que no alcanzamos a percibir promesas verdaderas, y muchos terminan pensándola como una entelequia. Ni siquiera podemos, como el inca Atahualpa, sentir la perplejidad de que unos hechos brutales vienen a romper el equilibrio de una vida ordenada y armoniosa: no hemos visto jamás el rostro verdadero de la libertad que tantos pregonan, no hemos visto jamás la plenitud del ejercicio de los derechos humanos, no hemos visto jamás el rostro de una paz duradera, próspera y fraterna, sino sólo el eternizarse y el ahondarse de una situación de precariedad y de zozobra.
Pero sí hay algo en lo que estamos próximos a él: sentimos gravitar a nuestro alrededor un tipo de inhumanidad no desconocida pero sí creciente. Un tipo de relación con los misterios de la vida y de la muerte que no se funda en valores sino exclusivamente en intereses, en cálculos de beneficio. La riqueza, el poder, la ventaja, parecen autorizar toda suerte de horrores, y hasta las más altas potestades, los reyes y los dioses de aquel tiempo, los poderosos y los virtuosos del nuestro, parecen aliados secretos de esos bandos implacables, y no hacen nada por impedir que se sientan autorizados a sacrificarlo todo, incluso a sí mismos, en los altares de una fiesta atroz.
Sólo porque permitimos que nuestra sociedad repose sobre los supuestos del odio y de la exclusión, porque nuestro orden injusto es una escuela de resentimiento, porque olvidamos construir el puente, el lenguaje y el espejo que nos permitan ver a los que no se nos parecen como complementos provechosos de nuestro ser, como miembros de una misma, frágil y trágica especie, de una misma humanidad.