viernes, 3 de diciembre de 2010

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA DE DESPLAZAMIENTO

DESPLAZAMIENTO FORZADO Y CONFORMACIÓN DE
LOS ASENTAMIENTOS EN LA CIUDAD
Planteamiento del problema de desplazamiento.[1]
El desplazamiento es un dato recurrente y cuasipermanente de la historia colombiana; hace parte de la memoria de las familias y de las poblaciones; está inscrito en los recuerdos de los habitantes urbanos, precedió la fundación de barrios en las grandes ciudades y de poblaciones grandes y pequeñas a lo largo y ancho de las fronteras internas. Podría decirse que se ha constituido en un eje vertebrador de la conformación territorial en el país y como dice Daniel Pecaut ha devenido en "una representación instalada en la larga duración" donde la violencia sería el marco constitutivo de esa representación colectiva[2].


La situación de éste asentamiento es un ejemplo claro del la historia reciente en nuestro país, producto de procesos de desarraigo, exclusión y olvido (y de hacernos los “ciegos” frente a la realidad histórica y permanente de ésta sociedad, comulgando con las políticas criminales de un Estado represivo y fascista interesado en mantener ésta situación) institucional en que se encuentran los habitantes de bastos sectores de la ciudad.

El desplazamiento forzado interno que vive el país ha hecho que millones de Colombianas y colombianos hayan abandonado los vínculos materiales y afectivos que los ataban con su original entorno. La experiencia del desplazamiento deja una inmensa huella en quien la padece en tanto desaparecen los referentes afectivos y del entorno que los constituyen.

§ La condición de desplazado se ve reflejada en la perdida de inserción social, de la memoria, de la historia, de la confianza y de la identidad de ser una persona de una comunidad.

§ El desplazamiento es el producto, básicamente, del conflicto armado interno, que a su vez se ha producido, entre otros factores, por la ausencia de políticas económicas y sociales que cubran los derechos económicos, sociales y culturales, necesarios para satisfacer las necesidades básicas de la población.

Ese vertiginoso crecimiento urbano se ha convertido en un desafío para el estado, obligado a responder por la provisión de los servicios para la población. Sus políticas y acciones no han sido siempre felices, en tanto pocas veces se ha asumido el fenómeno en su integralidad, y se actúa, por el contrario, atendiendo problemas puntuales o adelantando proyectos sectoriales. Se privilegiaron, por ejemplo, entre los años 50 y 80, programas de vivienda, que no siempre ofrecían soluciones afortunadas, como sucedió con el desaparecido Instituto de Crédito Territorial que empezó construyendo viviendas completas, con áreas adecuadas y suficientes para una familia de 6 u 8 miembros.[3]

Los significativos procesos migratorios derivados de la expulsión violenta del campo (año 48 a 65) por la lucha fratricida entre militantes de los partidos liberal y conservador, condujeron a los estudiosos de entonces a analizar el fenómeno del desplazamiento urbano con la óptica muy reducida a los problemas de las barriadas marginales, a los cinturones de miseria, a las viviendas de material desechable o tugurios. Y también los programas de bienestar social del estado se focalizaron hacia esos pobladores. En buena medida se dejó de lado por unos y otros, además de los inversionistas de la construcción, el resto de la vida urbana: los espacios públicos, los equipamientos para actividades colectivas, las ciudades como sistemas integrales.

El cambio de mirada sobre la ciudad colombiana empieza a sentirse en la década de los años 80. Los nuevos problemas derivados de la carencia de empleo formal, falta de vivienda adecuada, servicios públicos incompletos y de mala calidad, ofertas insuficientes e ineficientes en salud y educación, escasas dotaciones deportivas, recreativas y culturales, afectación del ambiente urbano, y además el surgimiento del narcotráfico y la delincuencia de gran impacto, el desplazamiento, se convierten en detonantes de lo que pudiera llamarse la crisis de la ciudad colombiana.

La movilización social urbana toma cuerpo en muchas partes. Las organizaciones no gubernamentales y de base popular adquieren gran peso como fuerzas de presión frente a los gobiernos local y nacional. Las demandas se cualifican, y el estado se ve cada vez menos habilitado para dar la respuesta global a los problemas, pese incluso al apoyo de fuentes de financiamiento internacional para programas y proyectos urbanos.

Los académicos salen de los claustros universitarios, en donde habían vivido en insularidad y contemplación de las crisis, y empiezan a publicar obras que van a llegar cada vez más frecuentemente a quienes tienen la decisión política en sus manos.

Sin pretender que la compleja realidad de Medellín pueda ser pensada aisladamente de los procesos históricos, en general, y de urbanización, en particular, que ha vivido el país, sí partimos del supuesto de que buena parte de sus conflictos y las formas de su resolución, tienen que ver con la manera como Medellín, específicamente, ha realizado su proceso de urbanización y, sobre todo, ha venido construyéndose como ciudad. Es posible pensar que las tensiones derivadas de sus profundas transformaciones de modernización sean la raíz de muchas y muy variadas formas de conflictos entre sus pobladores que poco a poco han venido apropiándose de la ciudad en las últimas décadas.

Se hace, entonces, evidente y necesaria la pregunta acerca de ¿cuándo Medellín empieza a ser una ciudad? ¿En qué momento dejó de ser una aldea, un pueblo grande? ¿En qué aspectos Medellín es más urbano y menos rural? ¿Qué tensiones conflictivas se derivan de la conjunción entre la construcción de lo urbano y la superación de lo rural? ¿En qué momentos y por qué el proceso de urbanización en Medellín crea condiciones para su definición como ciudad?

En este sentido, la constitución de Medellín, como hecho urbano y como ciudad, como hecho cultural y político, se inicia propiamente en la década de los años cincuenta, a partir de la cual se pueden advertir otros tres momentos claramente diferenciables.

Para 1951, Medellín duplicó su población con respecto a la de 1938: pasó de 168.266 a 358.189 habitantes, como resultado de los procesos de la migración acelerada y abrupta del campo a la ciudad, que produce una inevitable marginalidad por la imposibilidad de atender y absorber de inmediato las nuevas demandas, lo cual se traduce en ilegalidad de asentamientos, ocupación de suelos subnormales, tugurización de algunas zonas centrales, carencia de patrones de ordenamiento e inaccesibilidad a la mayoría de los bienes y servicios urbanos y públicos. El carácter rural de la cultura de los migrantes queda al margen de la cultura preexistente de los habitantes de Medellín.

Así, pues, esta primera gran oleada permite apreciar un momento de gran confusión en materia de crecimiento urbano, servicios públicos y otras demandas de la vida en ciudad como la salud y la educación masivas.

Podríamos decir que la década de los años cincuenta es el comienzo del caos urbano, del malestar citadino, el verdadero paso de la aldea tradicional al hecho urbano propiamente dicho. Esto, por cuanto es el momento real de las recomposiciones en los esquemas económicos y sociales que se habían consolidado desde los primeros años del siglo XX; aunque sin la correspondencia requerida en los espacios políticos y culturales.

Las décadas de los años cincuenta y sesenta se caracterizaron, por ejemplo, por la renovación total de las estructuras de planeación y manejo de la ciudad. La creación de las Empresas Públicas de Medellín (1955), de las Empresas Varias (1965), del Departamento Administrativo de Planeación y Servicios Técnicos (1967), la presentación (1951) y puesta en obra durante toda la veintena siguiente de las obras sugeridas por Weisner y Sert, así como el primer momento de contacto con lo urbano de una masa diversa y dispersa, física y mentalmente pensada, y el comienzo de constitución de espacios urbanos mucho más amplios, incluyendo la urbanización del aire; estos son algunos referentes espaciales, culturales y jurídico - administrativos, que indican que por primera vez se comienza a vivir en un contexto urbano.

Se constata además un sensible aumento de la economía informal, porque a pesar del real impulso del proceso de industrialización, es imposible captar el numeroso ejército de migrantes que han llegado a la ciudad, de un lado, y de otro, la bajísima capacitación para un empleo medianamente exigente que tienen la gran mayoría de ellos.

En este momento las vías de inclusión que encuentran son básicamente dos: la Iglesia Católica y los partidos políticos. En cada asentamiento y cada barrio nuevo es el Párroco con la ayuda de sus feligreses quien emprende la construcción las Iglesias que sirven además de centro de asistencia para los más pobres, de congregación para la realización de obras comunitarias y para comenzar la construcción de tejido social.

Un segundo período se presenta a partir de 1970. Si tenemos en cuenta que en 1951 Medellín tenía una población de 358.189, para 1973, ésta se multiplica por 3.2 veces, llegando a un total de 1.152.000. Nueve años antes, en 1964, ya tenía 773.877. Esto supuso y obligó a una ampliación de los límites urbanos copando las laderas de Oriente y Occidente y prolongándose al Norte y al Sur, hasta hacer contacto con Bello por el Norte, y Envigado e Itaguí por el Sur.

Se presenta, además, una profunda transformación urbana expresada principalmente en el auge de la construcción en altura, especialmente en unidades residenciales; el desplazamiento del eje de la vivienda de nivel socio - económicamente alto hacía El Poblado; la apertura de las áreas suroccidentales con la construcción de la Avenida Ochenta; el reordenamiento del Centro con la eliminación de El Pedrero y la construcción del Centro Administrativo de la Alpujarra, así como el traslado de la Estación del Ferrocarril y las terminales de buses interurbanos; y, desde el punto de vista vial, la ampliación de la Carrera Bolívar, las Calles Colombia y San Juan y la construcción de la Avenida Oriental, la del Ferrocarril, la Treinta y tres, la Avenida de las Vegas, entre otras.

De otro lado, se presenta un fuerte ascendiente modernista por el doble impacto cultural del comienzo de universalización por la influencia de los medios masivos de comunicación y la densificación del sistema escolar, así como el posicionamiento en un sistema más moderno de la educación universitaria, propiciado por el momento histórico vivido por el movimiento estudiantil. Además, aparece por primera vez en la ciudad un movimiento cultural que incluye los sectores más populares con expresiones literarias, teatrales y musicales que trataban de expresar la confrontación ideológica con las elites.

Comienza a ser importante para esta década la presencia de síntomas de delincuencia urbana expresada en un inicio de lumpenización de amplios sectores de pobladores.

En este período hay hechos que muestran cómo se perfila, de parte de las elites socio- económica y política de la ciudad, un proyecto en el que de manera calculada la marginalidad se transforma poco a poco en exclusión o forma activa de negación de las grandes mayorías.

La planeación del desarrollo de Medellín mediante la construcción de las grandes obras públicas, arriba mencionadas, por medio de la valorización, permitió la recuperación, de acuerdo con los fines de las elites, de espacios y sectores que sufrían deterioro y que eran requeridos para adelantar "obras de progreso", obligando al desplazamiento y reubicación de amplios sectores de población de barrios de amplia tradición en la historia de Medellín.

La ciudad no es pensada como un proyecto total; las obras para el desarrollo se focalizan, desconociendo a la mayor parte de dicha totalidad. La misma construcción masiva de vivienda para los sectores populares a través del ICT (Instituto de Crédito Territorial, reemplazado luego por el actual INURBE) no es pensada en función de un desarrollo integral de los sectores de menores recursos. Se construyen viviendas pero sin todos los demás requerimientos como espacios para la educación, la recreación, la salud, el empleo que, desde finales de la década de los años setenta, mostraron un gran déficit principalmente en las zonas Nororiental y Noroccidental.

Un tercer período puede ser delimitado a partir de la década de los ochenta. Para 1985, la ciudad contaba con 1.542.000 habitantes. Desde el punto de vista físico-urbano los años ochenta estarán marcados por la muerte de Guayaquil ante el desplazamiento de El Pedrero y el comienzo del funcionamiento de la Plaza Minorista "José María Villa"; por la concentración de las administraciones Nacional, Departamental y Municipal en el sector de La Alpujarra, y un conjunto de obras, edificaciones y nuevos espacios urbanos, tanto en el sector público como en el privado, que dan cuenta de un acelerado crecimiento citadino.

Pero también es la década de emergencia de la primera generación propiamente urbana con capacidad de acción y signos propios de actores citadinos, con una mediana capacidad para apropiarse del derecho de ser ciudadanos y con incidencia en los espacios de los cuales han sido excluidos en el proyecto tradicional de las elites. Es, en síntesis, especialmente en los últimos cuatro años de la década, la coexistencia en el plano de la ciudad de los actores que buscan incluirse, contra el proyecto de la exclusión tejido, de años atrás, por las clases dirigentes y los años de la expresión más dramática de las diversas violencias. Positiva o negativamente, por vías violentas o por medio de la construcción a que dan lugar las múltiples organizaciones sociales, los amplios sectores sociales excluidos, luchan por ser reconocidos e incluidos en el proyecto de Medellín como una ciudad.

Por último, algunas circunstancias, procesos, eventos y una cierta mentalidad generalizada, perfilan en la década de los años noventa, un período distinto a los anteriores, caracterizado por una suerte de consolidación de la ciudad, por un cambio dramático en el uso del suelo, proliferación de edificios de apartamentos y una cierta universalización de esquemas urbanísticos en los mismos, un recambio, demolición y construcción de muchísimas nuevas edificaciones, el copamiento completo del espacio urbano, así como la modernización en el sistema de servicios, especialmente el financiero. Y de otro lado, por un inicio de pensamiento colectivo sobre las necesidades de reconocer las diferencias que permite emprender el camino hacia la negociación y transformación de los conflictos por la vía de los consensos o pactos. Eventos propiciados desde organizaciones gubernamentales y no-gubernamentales, la presencia de una reflexión inteligente sobre los procesos citadinos y el reconocimiento de una precaria sociedad civil, hacen pensar en los inicios consolidados de una mentalidad ciudadana, que por la vía de la participación harían posible en el marco de las nuevas condiciones mundiales, latinoamericanas y colombianas, la materialización definitiva de Medellín como hecho y producto de la modernidad.

“La crisis actual de la sociedad colombiana es la expresión de una extrema tensión resultante de un proyecto de modernización económica ajeno a un proyecto de modernidad”... donde “el modelo liberal de desarrollo ha sido el contexto que ha permitido el avance de la modernización económica y la contención de la modernidad”, es decir, éste es un modelo que ha “significado la subordinación del Estado. Minimizando su función de interpretar, gestionar o regular los intereses colectivos y obstaculizando la configuración de un espacio público en el que se puedan expresar, confrontar y resolver los conflictos sociales. El Estado colombiano es un Estado privatizado, atrapado entre el liberalismo económico y el conservadurismo político”[4]

Medellín es una ciudad que hoy cuenta con más de 2.000.000 de habitantes, distribuidos en 16 comunas y 5 corregimientos. Como se ha señalado en la exposición sobre el proceso de construcción de la ciudad, es decir, su proceso de poblamiento y de configuración socio-espacial, todo se explica en razón a la dinámica de industrialización y a los efectos de los cambios en la relación campo ciudad, que se han dado en los últimos 50 años, años en los que el país ha pasado de ser rural para transformarse en un país urbano.

Esta lógica de construcción de la ciudad ha estado articulada sin duda a los procesos de incorporación y de centralización que la ciudad tiene respecto de la región y a su vez a una dinámica de expansión de lo urbano territorial en lo que se ha dado en llamar las áreas metropolitanas.

Esta localización convierte a la ciudad no solo en el centro de una importante región, con una alta diversidad en recursos y en posibilidades, sino también en un sitio de paso en las comunicaciones que se establecen entre el norte, el centro y el sur del país.

La importancia de esta breve descripción radica en que justamente por esas razones es que la ciudad se convierte en un escenario vinculante del conflicto político armado y por ende en cuidad receptora de grupos desplazados y engrosamiento de sus áreas periféricas.

En otro sentido, la ciudad ha sido escenario de un hecho que en los últimos 50 años ha vivido el país. De la violencia de los años 50 receptó importante número de familias provenientes del oriente y del suroeste antioqueño. El proceso de construcción y de urbanización estuvo marcado por este hecho, localizando estas fundamentalmente en las zonas Noroccidental y Nororiental.

El hecho migratorio ha comenzado a tomar fuerza en el país a principio de los años 90 bajo la forma del desplazamiento.

Medellín no ha sido la excepción y es por ello que en la medida que se recrudece la confrontación político militar en el campo, especialmente en el oriente antioqueño, desde el año de 1993, la presencia de creciente número de desplazados se ha ido dando.

La ciudad como territorio tiene su concreción en la distribución, uso y apropiación del espacio. Pero el territorio construye y es el lugar de asiento de un tipo específico de relaciones económicas, sociales y políticas. Es decir que el territorio tiene que ver también, en tanto ciudad, con el proceso de construcción, apropiación y empoderamiento de la ciudadanía, entendida esto como la construcción de sujetos de derechos individuales y colectivos. También puede observarse una reflexión al respecto en términos de ciudadanía asistida y ciudadanía emancipadora.
[5]

La manera como desde el punto de vista físico-espacial, la distribución se ha dado en Medellín, se enmarca dentro las lógicas de construcción del paso de la aldea rural al hecho urbano, al proceso de configuración de sectores y barrios, a la dinámica de poblamiento a partir de la migración, de la construcción de los ambientes administrativos, de recreo, de industrialización y de vivienda de acuerdo a la clase social. Y por supuesto que esa lógica distributiva, de uso y apropiación hace parte de toda la lógica como en la ciudad se ha construido la ciudadanía y se ha concretizado el concepto de comunidad

En lo primero, en Medellín esto puede observarse de manera más o menos significativa en las características de configuración barrial, por citar lo menos, el uso y ocupación de cada barrio y comuna en relación con las lógicas de inclusión y exclusión.

Es decir, el espacio es a la vez un escenario de inclusión-exclusión que más o menos va a facilitar o dificultar un cierto tipo de construcción social, comunitaria. Así por ejemplo, se puede señalar que las diferencias que se presentan en la distribución de espacio entre zonas del norte y del sur, cuya proporción para el año de 2003 (Mesa de espacio público de Medellín) era de 1 a 11, es decir, mientras un habitante de la comuna del Poblado utiliza para su uso 11 metros cuadrados uno de la zona nororiental utiliza en promedio 1. Esta desigual distribución del espacio configura una condición muy claramente descrita por una pobladora de la zona: el problema de nosotros se llama hacinamiento.

No hay duda que una situación como la descrita anteriormente, en términos de hacinamiento, tiene profundas implicaciones en la calidad de vida, no solo desde la perspectiva físico-espacial, sino de las relaciones familiares, comunitarias y de la convivencia misma. En efecto, un escenario de convivencia sobre la base de una distribución tan inequitativa del espacio, como parte de la distribución del ingreso, rompe los niveles de privacidad, contribuye a que los núcleos familiares establezcan un tipo de relaciones y hagan de lo privado un asunto público y que las relaciones intervecinales e intercomunitarias transiten por el mismo camino.

Esta perspectiva de análisis, está directamente relacionada con los procesos de poblamiento, con las crisis de migración anteriores y los procesos de desplazamiento actuales y ahí, en medio de esas dos realidades, por la manera como se ha dado la distribución de la tierra urbana, que no siempre ha sido sobre procesos de planeación y de participación ciudadana.

Así por ejemplo, los programas de solución de vivienda son pensados, especialmente en los últimos años, desde las perspectivas del mercado y de soluciones individuales, limitando con ello la integración con las dinámicas urbanas y las posibilidades de participación en el desarrollo de la ciudad.

Se podría señalar, siguiendo a Consuelo Corredor, que el proyecto de construcción de lo público en la ciudad se ha materializado alrededor de la ciudadanía asistida, negando todas las posibilidades de una ciudadanía emancipadora.

Visto entonces el problema en el marco de las relaciones establecidas entre el espacio, el territorio, su uso y apropiación, es evidente que hay una estrecha relación entre pobreza, desigualdad e inequidad y violencia. Podría decirse que el modelo de construcción de ciudad, (referenciado a partir de los años 50, soportado en la ola migratoria, en el proceso de urbanización-industrialización, en los ejes de desarrollo urbanísticos, asentados en las obras y no en las personas, en los procesos de “planeación”, sugeridos desde la “Operación Colombia” a finales de la década del 50 e institucionalizados en la ciudad a partir de los 60 con la creación de la oficina de planeación y de las empresas públicas y en las políticas de ajuste y adecuación del estado y su papel en la construcción y promoción del desarrollo), no ha logrado resolver los problemas de equidad y de empleo productivo conduciendo a importantes sectores de la sociedad a niveles de marginalidad y vulnerabilidad, esto es, a colocar a estas a una construcción más por la sobre vivencia que por el desarrollo.

En 1993 había en Medellín 70 asentamientos subnormales, 87 en 1997 y actualmente 104 ubicados en ocho sectores que albergan 12% de las viviendas de la ciudad (21.000 aproximadamente). La totalidad de estos barrios oscila entre los estratos 1 y 2, es decir, bajo-bajo y bajo, los que en su mayoría exceden los promedios de la ciudad: 4,2% y 34,5% respectivamente.
[6]

En 1997 estos barrios albergaban unas 250.000 personas (14% de la población total) con una proyección al 2003 de 300.000 personas en bajas condiciones de habitabilidad, pues todos mostraban características deficitarias con respecto a la vivienda, los equipamientos comunitarios, los servicios públicos y sociales, además de los promedios mas altos de muertes violentas, la primera causa de mortalidad en toda la ciudad (24,7%).

El poblamiento de las partes mas altas de las laderas que circundan la ciudad de Medellín tuvo lugar en olas migratorias diferentes: la afluencia masiva se produjo en las décadas de los años cincuenta y sesenta cuando pobladores campesinos llegaron a Medellín de huida de la violencia política de mayor fragor en las áreas rurales. Se instalaron en terrenos vendidos por especuladores de la tierra quienes legalmente no eran los dueños o simplemente invadieron lotes no construidos pero con propietario.

Estos asentamientos estuvieron apartados de cualquier tipo de planificación y de allí lo caprichoso de los trazos barriales lo que posteriormente creará dificultades para la normalización de los servicios públicos y el establecimiento de planes viales. Para atender la carencia de vivienda y responder a una situación para la que la ciudad no estaba preparada, se creó a mediados de siglo la Fundación Casitas de la Providencia -hoy CORVIDE- que reforzó el papel del Instituto de Crédito Territorial en la erradicación de los tugurios y la reubicación de sus habitantes en otros sitios de la ciudad mediante planes de vivienda de forma organizada.

Nuevas olas de migrantes arribaron a la ciudad en las décadas de los años setenta y ochenta como consecuencia de la “pacificación” del Frente Nacional y del fracaso de la reforma agraria en la década de los sesenta, además de las políticas económicas que dieron todo el ímpetu a la modernización del país cifrados en la industria y en el sector financiero.

Paralelamente se dio un proceso de expulsión de los campesinos por la compra de tierras a manos de los narcotraficantes que se adicionaba a las compras de tierra para fincas de recreo en las zonas más cercanas a la ciudad. Estos elementos, entre otros, causaron una migración sostenida desde entonces mientras en la ciudad se hacían más estrictas las normas de urbanismo lo que hizo a estos pobladores buscar refugio en las partes mas apartadas, laderas arriba, excluidas del perímetro urbano y consideradas de mayor riesgo geológico.

Esta nueva ola, la de los desplazados, ha agravado la magnitud de la subnormalidad y ha incrementado el problema de habitabilidad urbana.

[1] RUA, Tulia Eugenia. Anteproyecto de Monografía para optar al titulo de Historiadora. Departamento de Historia. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Universidad de Antioquia Medellín. 2010.

[2] 5. PÉCAULT, Daniel. La pérdida de los derechos, del significado de la experiencia y de la inserción social. A propósito de los desplazados en Colombia. Estudios Políticos nº 14, Medellín: enero-junio. 1999, p. 13-31

[3] GIRALDO, Fabio. VIVIESCAS, Fernando. Pensar la ciudad. T.M Editores. Bogotá, 1996

[4] (CORREDOR MARTÍNEZ, Consuelo. Los límites de la modernización. Bogotá, CINEP- Universidad Nacional, 1992, pág. 45.)

[5] BUSTELO, Eduardo et. al. Todos entran. Bogotá: Santillana- UNICEF, 1998, pág. 246

[6] Instituto de Estudios Regionales - Universidad de Antioquia Programa Integral para Mejoramiento de Barrios Subnormales 27

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