viernes, 18 de noviembre de 2011

Steéphane Hessel, ¡Indignaos!,

Steéphane Hessel, ¡Indignaos!, (Traducción de Telmo Moreno Lanaspa). Ed. Destino, colección imago mundi. Barcelona 2011, 60 páginas.

Por supuesto que hay que indignarse, como nos dicen dos viejos luchadores que casi están llegando al siglo de vida, Stéphane Hessel y José Luis Sampedro, que prologa el libro. Este pequeño libro es una pequeña joya por la simplicidad con que nos recuerda las verdades del barquero, que a veces solemos olvidar.

La primera es que hay palabras que por muy deterioradas que estén, como libertad y justícia, deben estar siempre presentes en nuestra mente. No hace falta entrar en grandes debates sobre lo que significan porque desde la razón común todos podemos entenderlas y esto es lo que debe unirnos. Que no podemos aceptar que cada vez hayan más pobres y menos ricos y que estos controlen lo que pasa en nuestro planeta. Que los que mandan sean los mercados y que los que deciden en ellos son los grandes ricos especuladores que imponen una dictadura según sus mezquinos pero poderosos intereses. Que haya muchos más recursos que los que habían cuando se construyó el Estado del Bienestar en Europa y que nos digan que no hay dinero para sostenerlo. Que el mundo vaya por tan mal camino y que cada vez tendremos menos margen para reaccionar. Que tenemos todos derecho a una vida digna pero el sistema es totalmente irracional y el dinero tiene hoy más poder del que ha tendio nunca. No hace falta discutir si esto es ser antineoliberal o anticapitalista : lo que hay aquí es una lucha urgente que debe unirnos y movilizarnos.

La segunda es que la política debe basarse en sentimientos morales y que el sentimiento moral básico es la indignación ( "lo insoportable" que diría Michel Foucault rizando el rizo). Ernest Tugendhat, que es uno de los grandes filósofos vivos, hablaba de tres sentimientos morales : la culpa ( y aquí también la vergüenza), la inddignación y el resentimiento, según estuvieran referidos a una mala acción que hacemos, que contemplamos o que padecemos. La palabra resentimiento, quizás por influencia nietzscheana, no me gusta, y pienso que la de indignación está bien para referirnos a esta reacción que tenemos delante de lo que nos parece inaceptable, sea porque nos lo hacen a nosotros, a los demás o a ambos. Pero hay que recuperar esta palabra contra otra que es la indiferencia Hay que estar harto y ceder ante los indiferentes, que para justificar su cinismo o pasividad empiezan a relativizar estos sentimientos como algo subjetivo y discutible. En Egipto, en Túnez, en Libia la gente se ha indignado sin necesidad de teorías, sabiendo lo que cualquier humano puede saber que es que quieren ser más libre y vivir en una sociedad más justa. Luego ya discutiremos los matices, pero esto que estamos viendo es un auténtico movimiento democrático que, como nos dice Jacques Rancière, es el movimiento de los sin-parte, de los excluidos que quieren participar y decidir sobre aquello que los atañe. La tercera verdad a recordar es que "La Declaración Universal de los Derechos Humanos" no fue un documento ideológico hecho para cubrir el expediente sino la expresión de la lucha contra el totalitarismo, contra la injusticia. El autor del libro, Stéphane Hessel, es uno de los que lo elaboraron. Lo hizo al calor de la lucha contra el nazismo, después de ser detenido y brutalmente torturado en más de una ocasión por arriesgar su vida en la resistencia. También nos explica la elaboración y cómo participaron en ella el libanés Malik y el chino Chang para darle un carácter cosmopolita y no exclusivamente occidental. Igualmente nos dice que hubo que superar la resistencia del representante inglés para utilizar la contundente expresión "derecho humano" contra la neutra de "derecho internacional." Era una lucha contra la exclusión, ya que humano es una expresión sin reservas que pone de manifiesto que no hay que estar reconocido por un Estado como ciudadano para ser incluido en estos derechos, en esta dignidad básica. En su pequeño escrito Hessel pone de manifiesto su rechazo radical contra cualquier forma de segregación. La Declaración Universal de Derechos Humanos debe ser hoy aún un arma contra la injusticia.

 
Es éste un pequeño texto de combate que debe contribuir a despertarnos a nosotros, pasivos ciudadanos europeos. Está escrito con el corazón por este gran hombre,Stéphano Hessel, que a sus 93 años no está quemado, no ha perdido la capacidad de indignarse. Esta indignación le ha llevado siempre a estar al lado de los oprimidos y a participar en su lucha. Los argelinos de ayer y los palestinos de hoy han tenido en él a un inestable aliado. Pero la indignación ha de transformarse en una insurrección pacífica, en un levantamiento masivo contra las élites gobernantes. Hessel es aquí muy claro, tanto en el término insurrección como en el el de pacífica. Sartre se equivocaba cuando justificaba la violencia justa contra la injusta. Hay que buscar métodos pacíficos, no reproducir los medios que criticamos. Las fórmulas no las tenemos pero habrá que inventarlas. Esta es la tarea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

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